José Manuel Roás, profesor de Geografía e Historia en un instituto sevillano, tenía una preocupación: aprovecharía uno de sus días de vacaciones para salir a correr, sin embargo, nadie podía quedarse a cuidar a su hijo, Pablo. Decidió llevarlo con él y la respuesta fue maravillosa: “en cuanto empecé a correr empujando la silla de ruedas y él notó la sensación de movimiento y velocidad, empezó a reírse y llorar. Se divirtió mucho ese día y, desde entonces, salimos juntos a correr todos los días”.
Pablo, de 17 años, no habla. Nunca lo ha hecho. La falta de oxigeno durante el parto le provocó un parálisis cerebral llamado “Síndrome de West”, el cual le complica moverse, sentir y pensar adecuadamente.
“Andar en silla de ruedas requiere de un gran esfuerzo, mucha gente se deja caer, pero él se mantiene derecho y de vez en cuando nos regala una sonrisa”, añade José Manuel, quien empezó a competir en maratones solo para verlo sonreír.
Su primero juntos fue el Nocturno de Guadalquivir, llevado a cabo en Sevilla en 2014. En ese momento ya se habían acabado los dorsales, pero él decidió subir un video de la felicidad de su hijo. Aunque no tuvo éxito, el corto que mandó conmovió a la gente, quien exigió que se les entregara uno. “Al principio tuve miedo de que se fueran a espantar, pero desde que vio la línea de salida, Pablo lloró tanto de la emoción que la gente sacó sus celulares y lo empezó a grabar. Pasó los 12 kilómetros así”, detalla Manuel.
Hasta ahora llevan seis, el de Nueva York siendo el más reciente. “Cuando llegamos, (Pablo) empezó a chocar la mano de todos los que iban pasando, que es uno de sus gestos favoritos. Le enseñé a decir 'High five' y le dio la mano a medio Nueva York. La gente se emocionaba cuando pasábamos. Lloré varias veces durante el maratón”, confiesa José, quien consciente de la condición de su niño, ya vislumbra el final.
“La gente se sorprende cuando digo que yo tengo un motivo extra para querer morirme -espero que dentro de muchos años- porque seguramente Pablo lo hará antes que yo y me imagino a los dos en el cielo escuchándolo llamarme “papá””.