Vencer esta noche a Chile entra en el saco de deseos inútiles del futbol mexicano. México es una selección llena de victorias perecederas. Vive de los impulsos: un triunfo, una clasificación, un quinto partido.
Nunca se detiene a pensar para qué sirve ganar. En el futbol como en cualquier deporte, ganar sirve para confirmar que un modelo funciona y esta selección de Copa América, no forma parte de modelo alguno. Forma parte, eso sí, de un sistema de mercado: audiencia, influencia, patrocinio.
El México de Copa América es un vulgar telonero del México de Copa Oro, un buen equipo en un pésimo torneo. El partido contra Chile jugado en otras condiciones sería un punto clave en el proceso de crecimiento.
Ganar al anfitrión, en su estadio, durante un torneo importante y oficial, es el tipo de resultado que da la vuelta al mundo. Justifica un estilo, crea tendencia. Pero ganarle a Chile con una selección prefabricada es casualidad. Al igual que una victoria contra Cuba, Guatemala o Trinidad con un cuadro sólido, no comprueba nada.
Las estructuras deportivas de la selección nacional tienen su raíz en el negocio de la televisión abierta: ganar es un drama y perder es una comedia. Ambos géneros venden, son parte de la programación, incluso en los nuevos medios, espontáneos y libres, que aprovechan los mismos impulsos para generar tráfico.
Supongamos por un momento que la selección nacional no dependiera de los objetivos comerciales de la televisión, que el partido de hoy, sin importar que tipo de selección lo juegue, tuviera un claro objetivo deportivo, cuantificable y medible en el tiempo. Vendería menos, generaría menos tráfico.
No hay paciencia, para qué esperar tanto. Medios y aficionados nos hemos instalado junto al futbol en la cultura del corto plazo: ganar o perder, festejar o sufrir. Lo que hay entre una y otra cosa es irrelevante. Por eso en México tiene tanto éxito la liguilla y tan poca audiencia el torneo regular. No hay hábitos, todo es desechable.