Por: Roberto Quintanar
El Gigante hizo honor a su apodo. Las lágrimas y el dolor silenciaron a Kansas City en una de sus noches beisboleras más tristes. En medio de ese ambiente, escuchar la euforia de los San Francisco Giants fue sencillo, especialmente el eufórico momento en que el protagonista de la noche, Madison Bumgarner, dominó a su último oponente para escribir una nueva página dorada en los registros californianos. La visita venció a los Royals por 3-2 en el séptimo juego de la Serie Mundial 2014 y se levantó con el título de la MLB.
Guthrie y Hudson fueron los elegidos para comandar a sus novenas hacia el triunfo en la batalla final, el Waterloo de uno de los dos escuadrones en pos del título.
Este noveno acto, el de cierre del telón, no tardó en ponerse al rojo vivo. El recuento de los daños comenzó en la segunda alta. Morse y Crawford se sacrificaron con elevados para impulsar a Sandoval y Pence. El visitante sonreía con beneplácito mientras el azul parecía desteñirse muy temprano.
Pero los maderos locales se encendieron en la parte baja del episodio. Primero fue Gordon quien catapultó a Butler. Infante hizo lo propio con el mismo Gordon y la pizarra se empató. La lomita se cimbró y, ya con el riesgo de un derrumbe, Buchy decidió cambiar el rumbo. Hudson dejó la lomita y Affeldt tomó su lugar para apagar el fuego, cosa que consiguió para evitar que el estallido de los Royals diera la vuelta al tanteador.
Al inicio del segundo tercio de partido, el brazo de Guthrie comenzó a fallar. Un inoportuno resbalón de Infante permitió que Sandoval llegara a primera; el derrumbe del abridor fue evidente y su salida, inevitable. Kelvin Herrera tomó el mando con las esquinas cargadas, una situación complicada.
Fue así como el nuevo intento de asalto a cargo del visitante fue comandado por el bat de Morse, quien respondió mandando a Sandoval a la registradora. Los Giants tomaron la ventaja de 3-2, pero Herrera evitó que el daño fuese mayor.
Fue entonces que el hombre fuerte, el comandante invencible de las defensas californianas, entró para apagar el ataque de los Royals: Madison Bumgarner. Cual mago, el serpentinero hechizó los maderos del cuadro local a partir de que pisó la lomita en el cuarto rollo.
Con Davis y Holland en la lomita, Kansas City congeló el fuego de los Giants. La responsabilidad caía enteramente en su ataque para revivir y evitar el asalto del escuadrón californiano en la batalla más importante del año.
Pero el tamaño de Bumgarner era demasiado. No parecía que los Royals fueran a hacer daño al cuadro visitante, pero un resbalón de Blanco y un error de Pérez cuando Gordon golpeó la pelota con la furia de un desesperado. Su llegada a tercer base puso los nervios de punta a los visitantes y la última esperanza en un local que apostó todas sus canicas a un milagro de Salvador Pérez.
Bumgarner no volvió a parpadear. Con el temple y la fuerza de alguien que no parecía haber tenido sólo dos días de descanso, el lanzador acabó con el sueño de un empate para los Royals al dominar a Pérez haciéndole batear un elevado de foul, paloma que fue capturada por Sandoval. San Francisco sonríe y no duerme esta noche gracias a un tipo barbado que se convirtió en el azote del campeón de la Liga Americana.
Los Giants se llevaron su octavo título y Madison Bumgarner entró a la historia del béisbol. Honor a quien honor merece… ¡viva el nuevo rey de las Grandes Ligas!