Por Leo Salazar
Como dijo Santo Tomás: hasta no ver, no creer. Así que vi y creí. Me declaro inocente; Matías Almeyda es el culpable.
Antes y después de ser campeón con Chivas, se hablaron maravillas sobre el Pelado. Toda referencia hacia él era casi una alabanza, como si se tratara de un ser de otro mundo. Como no pude quedarme con las ganas de verificar con mis propios ojos quién o cómo es Almeyda fuera de lo que nos dicen los medios de comunicación, me fui de metiche a un entrenamiento del equipo rojiblanco durante su pretemporada en Cancún.
Por dudar con morbo, me llevé un trancazo de grata realidad. Se me concedió permiso para presenciar toda una práctica del Rebaño. El primero en llegar y el último en irse fue el entrenador argentino, quien acomodó su material de práctica al inicio y se quedó a recogerlo al final. Lo mismo hace con la basura; se cerciora que no quede ni un solo plástico en el campo e inmediaciones. De encontrarlo, lo levanta y lo deposita en una bolsa.
Tuvo como invitados para su interescuadras a los juveniles del equipo Inter Playa, club que tiene representación en la Liga Premier (Segunda División) con sede en Playa del Carmen. Los incluyó en su sesión al grado de integrarlos a la charla técnica para compartirles conocimientos sobre el juego, así como para escucharlos. Acto seguido los invitó al desayuno con el primer equipo del Rebaño para que convivieran como gente de futbol.
No es un tipo que grite o se enoje. Por el contrario, procura el diálogo sereno para transmitir sus conceptos, además de prestarse a oír lo que sienten o sugieren sus dirigidos. Para él es fundamental la voz de los protagonistas en la construcción del juego.
Terminó su entrenamiento para dirigirse hacia la afición que aguardaba su presencia para una foto o un autógrafo. Atendió a todos, e incluso les preguntó si querían retratarse con algún jugador en especial para mandarlo llamar. “Nosotros nos debemos a ustedes”, les dijo a los seguidores chivas.
A mi alrededor, pura opinión positiva sobre su persona. Guardias, meseros y personal del hotel en general expresaron estar sorprendidos con el trato que les dio el técnico, un hombre que saluda, se despide y se permite interactuar hasta con el barrendero porque una nunca sabe cuál opinión te ayudará en el día.
Si acaso el único angustiado por acercarse a él fue un seguidor del Rebaño que traía puesta una playera de Boca Juniors. Se le había olvidado el pasado del Pelado con River. Pero aún así, el entrenador le firmó su camiseta de Chivas.
¡Dios me libre de ser aficionado al club de Jorge Vergara! Ojo, eso no quita que pueda declararme Almeydista. Y no, no es incongruencia, sino una empatía con el individuo. Sus colores ni de cerca los quiero.