Por Alejandro Miranda
El mejor de todos cumple años y no hay mejor manera de celebrarlo, que recordar esas veces que hizo del América su mero clientazo. Fueron varias las veces que jugaron, pero independientemente del resultado, Ronaldinho siempre daba un toque especial, ese que solo él sabe poner.
Gremio
Era la Copa Libertadores del 97 cuando América y Gremio se vieron las caras por el partido de la fase de grupos. En estadio Olímpico Monumental tenía las expectativas por ver triunfar a su equipo, además de ver el estilo de su juvenil Ronnie.
Las Águilas perdieron uno a cero, pero la magia de ese chico quedaría marcada para siempre, hizo lo que quiso con todo jugador que se paraba en frente, era inalcanzable, un verdadero dolor de cabeza. Pensar que desde chico ya daba cátedra y hacia sus clientes al equipo.
Barcelona
No fueron una, ni tres… fueron dos veces las que el ídolo de multitudes acabó con los del Ame cuando jugaba para el Barcelona. Primero fracasó en el intento en 2003 en el Estadio Azteca cuando Frankie Oviedo y el Misionero Castillo clavaron su gol éxito para ganarle al Barça, todo por un homenaje a Zague.
Otra vez en 2006, cuando en Houston acordaron un partido amistoso. Sorpresivamente los nuestros iban ganado cuatro a uno, con goles del Pipino Cuevas, pero se confiaron y apareció Dinho y compañía para emparejar las cosas. En esa lucha por empatar, nuestro ídolo no se cansó de bailar y meter mucha alegría.
La ultima vez y en partido oficial, los Culés fueron más contundentes al marcar cuatro pepinos, uno de ellos fue de quien ya sabemos. La ciudad de Yokohama en Japón atestiguó un partido de Mundial de Clubes donde la alegría, las sonrisas y las cheves estaban a la orden del día.
Querétaro
La última y más reciente se llevó a cabo ante un Estadio Azteca a reventar. Los Gallos Blancos visitaron a un América que perdió la brújula ese día, no esperaba que Dinho los terminara por matar.
Fue al minuto 83 cuando el brasileño entró a la cancha, con un marcador muy cómodo de dos a cero, todos lo alabaron, el Azteca se caía a pedazos. Muchos creyeron que solo entraría a tocar el balón y derrochara magia, pero no fue así.
Valga la redundancia, se hizo presente en menos de lo que canta un gallo, uno de los primeros balones que tocó lo convirtió en gol, solo fue cuestión de definir con delicadeza, después se dio el lujo de hacer caños y bailar a los defensas. Su día perfecto llegó cuando al rematar de primera, sin mucho ángulo… se mandó un golazo.
Al final del juego terminó exaltado, lleno de emoción y toda la gente volcándose hacía él, fueran del Ame o de Gallos. Los colores no importaron en ningún momento, ya había pasado en el Bernábeu, ahora fue aquí.