Por Leo Salazar
Como la memoria no me falla, les puedo compartir que Santa Claus y los Reyes Magos dejaron de frecuentarme hace 20 años. El trineo y los camellos no volvieron a ocupar el jardín de mi antigua casa como estacionamiento. Se esfumaron.
Al principio de su ausencia anual, la abuela me decía que se habían descompuesto sus medios de transporte, que por eso no venían. Luego me contó que en realidad se habían quedado sin dinero y se fueron a trabajar muy lejos para generar ingresos. Finalmente, ya que me vio resignado a lo que nunca volvería a ser, confesó que se enfermaron de gravedad al grado de no poder recuperarse nunca más. Se fueron para siempre.
Junto a ellos también se había marchado uno de los regalos que más me gustaba recibir: mi colección de revistas Don Balón. ¿Han escuchado algo sobre dicha publicación? Digamos que fue la plataforma tecnológica de muchos que queríamos saber más acerca del futbol europeo. Su modernidad consistía en el uso del papel para informarnos sobre todo aquello que acontecía en las grandes ligas del viejo continente.
Generalmente llegaba a cierto lugar cuyo logo es una gran S, o en su defecto tres búhos. Si teníamos suerte de encontrarla, mis papás me la compraban. Pero cuando nos fallaba la fortuna, me sugerían agregar el número de ejemplar faltante a la lista que incluiría en mi carta para el barbón y los magos.
Era pequeño cuando aprendí a adoptarle cariño. Papá la leía. Y como en aquel entonces era complicado acceder a videos o transmisiones de genios como Maradona, Hugol, Van Basten, Caniggia, Gascoigne o Papin en sus clubes, la solución era Don Balón. Solamente a través de sus contenidos podíamos enterarnos de lo que hacían en sus equipos.
Tenía que esperar a la Copa del Mundo para sorprenderme con semejantes monstruos, para comprobar si era cierto lo que se publicaba sobre ellos. Italia '90 y USA '94, dos Mundiales televisados, fueron una especie de películas escritas específicamente para pamboleros que en gran medida construimos ídolos a partir de la imaginación.
Quiero pensar que por eso la celebración del rugido del Pelusa frente a una cámara en Estados Unidos es tan importante para mí. Conocí sus proezas en Nápoles gracias a lo que me describía mi padre, que a su vez se basaba en lo que le contaba Don Balón. Aquel instante es imborrable; Maradona estaba ahí para comunicarme que era el mejor del mundo. En fin.
Ay mis Juanáticos, si supieran lo que significaba tener en sus manos la edición especial de Champions League. ¡Una maravilla! Santo y seña de todo participante te daba, incluso si se trataba de equipos como Ferencvarosi (Hungría). De hecho, a principios del siglo XXI, figuraba el nombre de Nery Castillo en la delantera de Olympiacos (Grecia).
Por alguna razón conservé varios ejemplares de aquellas ediciones. Algún día mis hijos recibirán un regalo especial del mismo Santa y los mismos Reyes Magos que leyeron mis cartas.