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Los medios como aficionados

Columna de opinión sobre el tema entre Luis García y el Piojo Herrera.

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Su esencia es su condena. Al futbol se le ha banalizado hasta volverlo de todos. El negocio de las multitudes exigió que a la simple actividad de patear una pelota se le añadieran tentáculos que anularan filtros de calidad para separar lo sustancioso de lo pasional. Si sus reglas llaman a la comprensión inmediata, la maquinaría mediática convoca a la explosión de emociones sin una pizca de reflexión. A decir lo primero que venga a la mente, lo que sea que se nos ocurra a partir de la máxima de la libertad de expresión. Se derrumbaron barreras que separaran lo irresponsable de lo analítico, lo populista de lo estadístico. El futbol, intervenido por los tentáculos capitalistas de su estructura, ha terminado por ignorar fronteras para transformarse en un vertedero emocional en que gana el más escandaloso. Si un bar desolado sube el volumen para simular que en su interior se vive una gran fiesta, el futbol hace lo propio para siempre llamar la atención, aunque en el fondo no haya más que un alarmante vacío o más de lo mismo.

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En esta pirotécnica vorágine, era de esperarse que Luis García extremara su análisis en torno a la Selección Mexicana. Convertido en una celebridad y en el referente del comentarista deportivo como marca, rompió sus límites en materia de lenguaje para ponerse la camiseta de un aficionado cualquiera y mentar madres cada dos de tres palabras. Usó una fórmula infalible. Como fanático dijo lo que todos querían escuchar. Como hombre de negocios, capitalizó el odio y el desencanto de millones para transformarlo en anabólicos que le dieran aún más fuerza a su discurso. Las formas pierden relevancia. Entre millones de opiniones, destacó la suya. Él ganó la partida.

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Hoy todos somos un modelo de negocio. La economía de los seguidores en redes sociales provocó que el rating no sea obsesión exclusiva de los medios, sino también de individuos. Las plataformas sociales son, en el fondo, contrarias a lo que postulan. Prometen verdad, entregan fantasía. Las vidas plagadas de alegría. Las personas con miles de verdaderos amigos. La conciencia social expresada en un estado de ánimo. Y las publicaciones incendiarias en las que hemos tenido que incurrir para que el aficionado se sienta cercano a nosotros. Es tiempo de aparentar, de pertenecer y de enganchar masas que después se convertirán en cheques listos para ser cobrados.

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La apuesta de Luis García bajo las circunstancias actuales fue la correcta. Al aficionado mexicano no le vienen a la cabeza más que groserías para expresar su frustración histórica con el seleccionado nacional. A los futbolistas sólo un discurso así de directo podría moverles algo más que una nueva resistencia a comparecer ante los medios de comunicación. A los periodistas, las palabras de escuela les provocan hueva o les despiertan sospecha de fraude. Y a los mexicanos así nos gusta que se hable.

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El ataque de Luis García a la Selección Mexicana es cuando menos válido. Y acertado para su causa. Sus palabras encierran males identificados por todos. La intensidad con que lo realiza tiene algo de show, como todo lo que hoy día hacemos en los medios de comunicación. Si es positivo o no, si construye o no, forma parte de una discusión que terminará sin veredicto, pero en la que seguro millones de aficionados concluirían que quizás se pasó, pero que más valía que alguien pusiera en su lugar a esos “putos huevones”.


Miguel Herrera no hizo más que exhibirse. Al criticar la intervención de Luis García, cuestiona también el impacto de medios de comunicación sin los que nunca hubiera llegado a dirigir una Copa del Mundo. Si alguien acaba sangrando al cuestionar insultos, es él mismo, al haber usado como estandarte de su trayectoria esos mecanismos para referirse al árbitro, a los rivales y hasta para lanzarse como cuervo hambriento una vez que Osorio había quedado debilitado como seleccionador nacional. Por mexicanos como el Piojo es que todo acá se resuelve, o cuando menos se dirime, a mentadas de madre.


Es la era de las emociones. Del me enoja al me divierte. Sin puntos medios, sin matices. Si a alguien molesta que Luis García se convirtiera en una metralleta de majaderías, tendrá que reclamarle a los que provocaron que el análisis futbolero fuera verdaderamente de todos. Mientras el rating personal, la atracción de masas y la pólvora al ánimo colectivo rijan el consumo, seguiremos en este alegre cruce de gente yéndose a chingar a su madre.

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