Por Leo Salazar
El adiós de Paco Jémez al futbol mexicano no debe tomarnos por sorpresa. Ya existía un antecedente similar para intentar comprender su decisión. Dicho suceso acontecido en el pasado puede servir como esperanza para Cruz Azul.
Hace casi 20 años vino un director técnico español a México con la encomienda de salvar a Monterrey del descenso. Su nombre fue y es Benito Floro. Asumió el reto de probarse en una liga ajena a su experiencia con la presión de evitar el fracaso.
Floro salvó a Rayados. Y hubo más. También se dio el lujo de clasificar al equipo regio a la Liguilla después de cinco años hundidos en la mediocridad. Justo en el punto álgido de obtener credibilidad, respeto y cariño por la afición, se fue.
¿Tuvo miedo o temor de continuar? Luego de haber librado el descenso y aspirar al título, el siguiente objetivo forzoso era ser campeón. Floro prefirió marcharse antes. Retornó a España para dirigir sin pena ni gloria, sin compromiso de éxito que le atara a la obligación. Pero partió dejándole a la Liga MX un Monterrey vuelto a nacer y con metas más atrevidas. Daniel Passarella aprovechó el buen trabajo heredado por su colega e hizo campeón a Rayados en 2003.
Jémez se va inmediatamente después de que Cruz Azul retornara a la Liguilla y le jugara sin miedo al América en el estadio Azteca. Sus motivos tendrá, por supuesto, pero ¿por qué hacerlo cuando logró más que sus antecesores en el banquillo?
Con sus modos, con sus maneras, con sus formas de ser, Jémez parte de la Liga MX habiéndole dejado al club de La Noria y sus rivales un Cruz Azul puede hablar en la cancha.
No le tocaba a él, pero ya sentó bases para que no tarde el encargado de romper la sequía de títulos para el Azul. Claro, si es que aprovecha el ánimo resucitado, o rescatado de lo que alguna vez fue este equipo. Jémez, así como Floro, le tuvo alergia a la paciencia, al éxito.