Suena el teléfono. Sin siquiera preguntarme cómo estoy, o ya de perdida brindarme el saludo habitual, comienza a platicar que vio un programa sobre Garrincha. Se escucha contenta, feliz. Su voz la asemejo a la de una niña llena de regocijo por haber aprendido algo nuevo en la escuela. Lo que narra, lo que describe sobre el astro brasileño no lo hace por quedar bien conmigo. En su monólogo extasiado se procura a ella misma ante la novedad, se brinda a sí misma una alegría que quiere compartir.
-Garrincha convirtió sus defectos en grandes cualidades. El tipo estaba destinado a ser un don nadie en la vida, pero le dio un giro a su suerte por el futbol. ¡Fue un mago! Yo no sabía su historia, y ahora que la sé hasta me dan ganas de llorar.
Se le quiebra la voz, y llora. Ha quedado prendida de Garrincha, de su historia, del futbol brasileño de antaño. Estoy atónito, sorprendido. ¡Jamás me habría imaginado que algún día hablaría como lo está haciendo ahora! Desde que la conozco, el futbol le gusta por contagio familiar, por inercia. Pero hoy es distinto.
-Es muy emocionante el futbol, quiero decir que son muchas emociones. Apenas me voy dando cuenta que por eso me atrae este deporte. Se puede reír y llorar al mismo tiempo sin que haya un partido de por medio, se puede sentir algo por un jugador que ya murió, vaya, por un futbol que ya no existe. ¡Qué impresión!
Con la misma impresión quedo yo, pero en diferente sentido. Por primera vez en mi vida la escucho tan emocionada por el futbol. Por primera vez derrama una lágrima genuina ofrendada a un jugador que marcó época y que le ha despertado la inquietud por aprender más.
-Te voy a colgar, van a pasar un programa sobre Maradona. Quiero verlo.
Cuelga. Ni hola, ni adiós, sin embargo qué más da cuando esa mujer que rebasa los 60 años está hambrienta de satisfacer un gusto que se ha permitido descubrir. ¿Qué tanto continuará aprendiendo mi madre? Ojalá siga con esa inocencia infantil para sorprenderse y sorprender a los demás.