Por: Roberto Quintanar
Las lágrimas atrapadas entre los ojos y las mejillas, síntoma oculto del dolor mudo que acompaña una digna derrota, hablaban mucho más que cualquier posible palabra del otrora rey que había acariciado por unos minutos su antiguo trono.
Roger Federer permanecía sentado y mirando hacia la nada por unos segundos. La mente del mejor tenista de todos los tiempos parecía inmersa en su propio mundo, quizá entendiendo que su última oportunidad de ganar un Grand Slam se acababa de escapar a pesar del gran esfuerzo realizado.
Pero su pueblo más fiel, presente en la gradería de la cancha central del All England Club, se negó a reconocer completamente a otro soberano que no fuera su ídolo helvético. El nacido en Basilea los enamoró siete veces y les convenció que su ley sobre el sagrado césped londinense era la más justa. Los aplausos para él fueron los más sentidos
El único hombre aceptado enteramente como sucesor momentáneo había sido Andy Murray gracias a su pasaporte británico. Ni Rafael Nadal ni Novak Djokovic han conquistado al pueblo de Wimbledon como lo hizo Federer. Ayer, el público estaba entregado a ‘Su Majestad’. La final del torneo en su edición 2014 confirmó el idilio eterno entre los ingleses y el suizo.
Cuando por fin recuperó el sentido, el helvético lo entendió. Muy difícilmente volverá a tener una oportunidad como la de ayer. El presente del tenis levantaba el trofeo dorado, el más importante del tenis, que tantas veces él tuvo en sus manos.
Toda sucesión democrática es sana… y Wimbledon ha comenzado a democratizarse tras el dominio casi dictatorial del Expreso Suizo. Pero para el aficionado romántico y aquellos que aprecian la técnica sobre cualquier otra virtud, el reinado de Roger Federer fue la época más dulce vivida en la capital británica.
Hoy que esa era ha llegado a su fin, una sola voz retumba en el All England Club a pesar de lo que la nostalgia y el viento se han llevado: ¡Larga vida al rey Federer!