Por: Elías Leonardo
Como suele suceder, las leyendas y los ídolos se encumbran toda vez que han muerto. Les enaltecemos hasta que sabemos que ya no están entre nosotros. En ocasiones ni siquiera eso. Optamos por abordar más la forma del deceso en lugar de apreciar lo que hicieron en vida, incluso hasta reprochamos y criticamos al difunto por la manera en que partió de este mundo.
En el poblado napolitano de Falciano del Massico, Italia, se decretó una ley que prohíbe a sus habitantes morir porque no hay cementerio para depositar los cadáveres. Ley natural, la muerte ahora es ilegal en esta región. Por ridículo que parezca, sus habitantes tendrán que buscar la manera de prolongar la existencia.
Ustedes dirán “pues que se vayan a otro lado y ya”, pero el amor a una tierra y devociones religiosas pueden más que contemplar otras alternativas. En Falciano del Massico el suplicio radica en vivir. Pobre del que se enferme pues tendrá que aguantarse el dolor y, de paso, evitar consumirse poco a poco.
Contrario a Falciano del Massico hay otros lugares donde se procura el buen morir, uno de ellos Suiza. Fue en este país donde Timo Konietzka, exfutbolista y entrenador alemán, encontró lo que él consideró su propia felicidad. En 1998, Konietzka obtuvo la nacionalidad suiza, misma que consiguió para hacerse de beneficios como elegir una muerte de acuerdo a su gusto.
El 12 de marzo de 2012, a la edad de 73 años, Timo Konietzka murió. Y lo hizo como él quería. Víctima de cáncer de vesícula incurable, el hombre se apegó a la ley suiza que permite al enfermo terminal recibir asistencia para bien morir. Una vez que se supo desahuciado, Konietzka pidió a los suyos que comprendieran y le ayudaran a cumplir con su deseo: morir sin sufrir y sin hacer sufrir a nadie en su agonía.
Antes de tomar un cóctel letal, Konietzka hizo públicas unas palabras de despedida y en las que define una postura acerca de su decisión y su sentimiento:
“Quiero dar las gracias a aquellos que han acabado con mi sufrimiento y que me han acompañado en este difícil camino. ¡Estoy muy contento! Espero su comprensión. Es mi deseo”.
Una vez que murió, Konietzka se convirtió en leyenda. La disparidad de esta concepción deambula entre abordar su fallecimiento o su trayectoria como futbolista y entrenador. El balón le permitió ser, anhelar y vivir. Gracias a la pelota, Alemania perdió un minero pero ganó un histórico. “El fútbol me permitió salir de la mina, donde trabajé cinco años, y jugar en el Borussia Dortmund, el equipo de mis sueños”, declaró alguna vez.
Y con Borussia Dortmund consiguió algo más. Fue el autor del primer gol de la Bundesliga; se lo anotó al Werder Bremen el 24 de agosto de 1963 al primer minuto de juego. Tuvo que morir para que el baúl de los recuerdos de la prensa alemana se abriera y con base en reseñas, crónicas y fotografías de la época dieran a conocer la importancia que tuvo Konietzka en su propio fútbol. Reinhard Rauball, presidente del Borussia Dortmund, señaló lo siguiente al diario Bild tras enterarse del deceso de Konietzka: “Su primer gol hará que los fans no lo olviden nunca”.
Seguramente lo recordarán; unos por su aporte a la historia del balompié alemán, otros por la manera en que quiso morir.