POR: Federico Peretti
Todavía no son las siete de la tarde en Salvador. Por la ventana del hotel veo a un nene de no más de siete años fumando crack a media cuadra de la plaza principal. Está junto a un amiguito que espera su turno. Enfrente hay una casa vieja de dos pisos y por el balcón, aparece un hombre que les dice: “Salgan de ahí, no deberían estar haciendo eso. Voy a llamar a la policía”. Los nenes lo insultan y siguen en la suya. El hombre vuelve a entrar. A veinte metros, cinco policías charlan con unos turistas alemanes y les brindan una inestable sensación de seguridad.
Primera noche en Porto Alegre, no puedo salir de la casa donde me estoy alojando en el centro de la ciudad porque escucho las molotov que suenan en la esquina. Cinco o seis helicópteros revolotean la ciudad intentando controlar con sus faroles las protestas durante la última Copa de las Confederaciones. Nunca estuve en una guerra, pero este sería el momento en que empiezan a tirar las bombas. A la mañana siguiente me lamento por no haber salido a sacar fotos, pero me perdono pensando que era un riesgo grande. Pintadas de “Fuera la Copa”, “El pueblo lucha en la calle” y “Queremos salud, educación y seguridad” están por toda la ciudad.
Camino con Caio por las calles de Manaus. Tenemos que hacer noche ahí para tomar una lancha rumbo al Amazonas. Queremos conocer el famoso Teatro de la ópera en las pocas horas que tenemos. Es domingo, la ciudad está desierta y llena de basura por las ferias y mercados del día anterior. A las dos cuadras de haber dejado el hotel nos cruza un hombre en una esquina. Nos apura, nos pide plata. Caio le habla y le dice que no tenemos nada. El hombre le responde que todo bien, que nos apretó porque pensaba que éramos españoles. Menos mal que no abrí la boca.
Botafogo no juega la Libertadores desde mediados de los noventa. Hay gran expectativa en las puertas del Maracanã, pero cuando entro me sorprendo porque medio estadio está vacío. Le pregunto a Ivo, mi acompañante, cómo puede ser esto posible. Me cuenta que no sólo en Río, sino que en todos los estadios reformados para el Mundial las entradas son inaccesibles para gran parte del público que solía frecuentarlos. Pasa lo mismo que me había contado Pablo en el Beira Rio del Inter de Porto Alegre. Un club llamado “del pueblo”, tenía la tribuna Coréia con una entrada de tres reales. La tuvieron que sacar en la década de 2000 por pedido del organismo máximo del futbol. Padrón FIFA. Entras o no. Hoy la más barata cuesta ochenta. “A copa do todo mundo”, de la que hablan Blatter y Coca-Cola en los carteles de cada esquina, ya no es apta para todo el mundo. Me imagino un Mundial en la Argentina y me da miedo. Un Monumental reformado, con sillas y al que sólo puedan ir los adinerados. Terror.
Este es el Brasil que no muestra la tele, porque sólo nos quedamos con las playas y el Cristo Redentor, la parte bonita de estas ciudades. Conocemos lo que vemos en Buzios o Copacabana de vacaciones, o lo que nos cuentan Pelé y O Fenômeno Ronaldo, pero no la que reclama Romario en el Congreso Federal en Brasilia. Vemos los lindos estadios, y nos enteramos de algo malo sólo cuando se mueren un par de tipos por las malas condiciones en que los construyen. Seguridad, pedía una pintada el año pasado en Porto Alegre. Seguridad y basta de corrupción. “Se roban toda la plata, los estadios costaron hasta el triple de lo que habían presupuestado”, me dijo una vez un taxista. Así conocí mejor las ciudades sede de la Copa, tomándome un taxi o un colectivo, o hablando con la gente en las calles, no mirando O Globo. Me pone triste, sí, y voy a contramano de la fiebre del Mundial, pero pienso en qué pasaría si la Argentina, con todos sus problemas, se decidiera a organizar hoy una competencia de tamaña escala. ¿Sería posible? ¿No es más importante dedicarse a resolver los problemas de la gente, más que darle entretenimiento? ¿Somos Roma y sus gladiadores? No lo creo…
En estos últimos dos años viajé siete veces al país hermano, estuve en ciudades que muchos brasileros ni conocen debido a las grandes distancias y al excesivo precio de los pasajes de avión. Penedo, Alagoinhas, Itapecurú Mirim, Estância o Macapá, son sólo algunas de ellas. Ahí todo es diferente, sienten el Mundial como si se jugara en Qatar o en Rusia. La Copa está lejos, en otra realidad, para otra gente. Como nosotros son fanáticos del fútbol, quieren que su selección gane, pero mirarán por TV todos los partidos. No van a viajar, no están pensando en dejar de laburar para tomarse un mes sabático en búsqueda del sueño mundialista de 23 millonarios por equipo que quieren levantar la copa de los amigos de Blatter y Grondona.
Muchas ciudades del, llamado así por ellos, Interior do Brasil, son muy humildes. La gente labura durante todo el día para mantener a sus familias, y tienen una vida tranquila. Sin lujos, sin pintadas que putean a sus políticos o a la policía. Si acá en la Argentina se organizara otro Mundial, ¿cómo impactaría en Río Grande, Chilecito o Salvador Mazza? La Copa sería solamente para las metrópolis, para Buenos Aires, Córdoba, Rosario y alguna que otra ciudad cuyo gobernador sea amigo del poder de turno. Por eso me río cuando leo los carteles de Coca-Cola, ¿una Copa para todo el mundo? ¡Si ni siquiera esos taxistas con los que charlé de las grandes ciudades van a ir a los partidos! La FIFA y los gobiernos estaduales quieren que laburen gratis, sólo por el hecho de pertenecer a la máxima cita del fútbol.
La mayoría no acepta, entonces después les terminan cobrando mucho más por la bronca. Todo termina costando el triple y así se va la plata, de los impuestos, de la gente. Una vez un chofer me dijo que queremos organizar cosas europeas en Sudamérica y que le parecía una locura. El tipo era ingeniero y su hijo periodista, pero los dos laburaban arriba de un auto llevando turistas. Somos iguales a ellos, nos hubiéramos comido el mismo verso acá en la Argentina o allá en Uruguay. Nos hacen parte del negocio para que ganen unos pocos y los seguimos, porque seguro si nuestro país sale campeón, al otro día nos bonificarán la luz, el gas y el agua.
Federico Peretti
* Texto y fotos publicados en el #30 de Revista 1986, elaborado en los cuatro meses que me pasé el último año en Brasil mientras filmábamos “Outro Futebol”, proyecto que me llevó a recorrer más de 20 ciudades del país vecino.