Por: Lorenzo de la Garza
Fuentealbilla no es el nombre de un lugar del que nadie quiera acordarse, ya que pocos lo han oído mencionar siquiera una vez en sus vidas. Un pequeño pueblo que en la actualidad no rebasa los dos mil habitantes y que difícilmente se diferencia de los cientos de caseríos que pintan los paisajes ibéricos, parecería el lugar menos indicado para ser la cuna de una leyenda. Pero como salido de un cuento de la época de Miguel de Cervantes, Fuentealbilla se alza como el lugar que dio vida y formó a un genio que se compara con cualquiera y que no es como nadie, un genio que ha revolucionado al balompié de forma irrevocable: Andrés Iniesta.
Sólo su talento lo llevó a dejar este municipio de Albacete para viajar a la cosmopolita Barcelona. La partida no fue fácil para el retraído artista, lágrimas rodaron por dejar por primera vez el seno familiar, el pequeño Andrés encontró refugio en sí mismo y se encerró del mundo como si viviera en el interior de un balón de futbol. Sin embargo, poco a poco, La Masía fue sacando lo mejor de él. El talento puro que yacía justo debajo de la superficie, esperando por ser explotado, salió a la luz y deslumbró al mundo entero.
A través de los años Iniesta se convirtió en la silenciosa figura del Barcelona que llevó al futbol a otro plano. Los reflectores no eran para él, podrían ser para Messi, Ibrahimovic, Henry o Eto'o, pero nunca para él. Andrés se conformaba con hacer el trabajo sin que nadie lo viera, como la maquinaria de un reloj que, escondida detrás de la carátula, hace girar las manecillas sin llamar la atención.
Pero todo cambió el 6 de mayo de 2009. El reloj rebasa los 92 minutos de juego y las más de 40 mil almas que abarrotaban Stamford Bridge celebraban prematuramente lo que parecía el inminente paso del Chelsea a la Final de la Champions League. El futbol mezquino del cuadro de Guss Hiddink parecía haber triunfado con un 1-0 sobre el espectacular tiki-taka de Pep Guardiola, el mundo observaba impotente la trágica e injusta victoria del balompié especulativo sobre el vistoso.
Pero ni el reloj, ni los aficionados, contaban con el genio de Fuentealbilla, siempre silencioso y siempre imprevisible. Al 92:05 Lio Messi, tomaba el balón en la esquina del área y soltaba un pase raso, ligeramente retrasado hacia la media luna. Al 92:06 Iniesta, sin pensarlo siquiera, impactaba el balón con la punta del pie derecho. Durante una fracción de segundo el balón recorría los 16.5 metros del área grande, elevándose y abriéndose ligeramente hacia la derecha, superando por milímetros el guante derecho de Petr Cech. Al 92:07 el esférico cruzaba la línea de gol y se incrustaba sin misericordia en las redes locales.
El mundo cambió en ese momento. Los pocos que dudaban se convirtieron al 'Iniestísmo'. Ese gol no sólo llevó al Barcelona a la Final de la Champions, sino que demostró al planeta quién era el nuevo amo del balón. Iniesta no era cómo los demás, era diferente, inalcanzable.
Las generaciones por venir se maravillarán viendo la repetición de ese gol una y otra, pero sólo los que tuvimos el privilegio de vivir en esta época sabremos el verdadero significado de esa anotación. Vimos con nuestros propios ojos al futbol convertirse en algo más. Fuimos testigos de un hecho digno de leyenda. Iniesta revolucionó las canchas por sí solo.
El genio de Fuentealbilla nació aquella noche por segunda vez.