Hay cosas que los argentinos nunca dejan de amar, una de ellas es el futbol, que es literalmente religión para ellos, pero hay un caso de un ícono histórico y mundial que dejó los potreros por los bates.
Ya son 51 años de la muerte de Ernesto Che Guevara, aquel guerrillero que dio pelea al asma con la natación, que jugando futbol conoció a su mejor amigo y que en el rugby fundó la revista “Tackle”, que lo trajo a México como fotógrafo en los Panamericanos de 1955.
Pero la historia la dejaremos para después; tras consumar la revolución cubana, el Che adoptó, casi como el acento caribeño, su deporte nacional: el beisbol. Dejó de lado su afición al futbol y a Rosario Central; incluso otro gran apasionado pambolero, Eduardo Galeano, le dijo: “traidor, usted es un traidor por cambiar su afición”.
Es que sí, al Che lo reconocemos por la fotografía de Alberto Korda, esa donde viste la franela de Oriente en una playa de Santa María del Sur y que nos recuerda que el deporte no entiende de armas ni política, entiende de carácter y superación.