Por Santiago Cordera
Sucedió minutos antes de medianoche. De pronto, una tormenta de notificaciones y mensajes inundaron las redes sociales. Un avión en el que viajaba un modesto equipo brasileño de futbol se había estrellado. En la aeronave volaban 81 personas, la mayoría pertenecían al Chapecoense, club que disputaría la final de la Copa Sudamericana.
Las redacciones que habían cerrado su edición, volvieron a abrir. La noticia había conmocionado al mundo. Inmediatamente empezó a fluir la información. Los primeros en manifestar su consternación -convertida en dolor- fueron los clubes y jugadores europeos. De Messi a Chicharito. Al mismo tiempo que la tragedia se hacía mayor con el número de muertos -ahora en 75 fallecidos-, descubríamos la atmósfera que rodeaba al equipo previo a la final. Ahí, en ese humilde club que por primera vez iba a jugar una final continental, habitaban grandes historias, hombres humildes con deseo de superación, anécdotas que provocaban el llanto más estremecedor. “Si muriera hoy, moriría feliz”, decía Caio Junior, el entrenador del equipo, minutos después de calificar a la final de la Sudamericana.
Probablemente esa declaración hubiera quedado en el olvido si no hubiese fallecido. Tiaguinho, como le decían sus compañeros, había recibido sorpresivamente una noticia que le iba a cambiar la vida antes de viajar a la final. A través de un video, se ve a uno de los jugadores del Chapecoense llevar una bolsa en la mano. Camina por el pasillo del hotel hasta llegar donde se encuentra Tiaguinho sentado. Le entrega la bolsa, pero éste no le pone mucha atención. Su amigo insiste. Tiaguinho abre la bolsa y saca un regalo con una tarjeta. La lee. Y entonces viene la alegría desbordada. Su esposa le anunciaba que sería padre.
Las tragedias nos recuerdan que somos vulnerables. Nos remiten inmediatamente a la muerte. Una falla eléctrica en la aeronave acabó con un sueño que se forjó a base de esfuerzo y sacrificio. El escritor estadounidense, Francis Scott Fitzgerald, tenía una frase sobre el significado de la tragedia: “enséñame un héroe y te escribiré una tragedia”. El Chapecoense estaba a punto de convertirse en un héroe de carne y hueso. Tenía en sus pies la oportunidad de culminar su obra maestra. Tiaguinho se iba a convertir en padre. Caio Junior no temía a la muerte porque se consideraba un hombre feliz. Hoy, la tristeza es universal. Pero el futbol nos ha enseñado que ante la adversidad, todos somos uno. Hoy, todos somos Chapecoenses.