La sentencia se dicta en kilogramos. México es el país de los estereotipos. El naco, el fresa, el gordo, el corrupto o el mirrey. Sin acotaciones ni comentarios al margen. Es también la tierra del cinismo, la del ratero de banqueta que culpa al político ladrón del oficio que adoptó, la del obeso desconocido que destroza a su ídem público. Moisés Muñoz, con ochenta y ocho kilos encima, vive en grasa propia el ying y el yang de nuestro sistema mental. Se le niega la idolatría por exceso de gramos. La báscula antes que las atajadas.
El América vive embadurnado de maquillaje. Su grandeza no se basa en la generación espontánea, sino en la producción de guiones y personajes. Es el villano, el rico, el poderoso y hasta el tramposo por elección propia. Vive en la casa más grande, se transmite en el canal de mayor rating. Pasa por el camerino antes de saltar a la cancha. En esos moldes, rígidos como los melodramas de su empresa madre, Moisés es menos que los rizos hidratados y la fácil sonrisa de Ochoa. El guapo nunca pierde ante el feo, el flaco le pega al gordo. La imagen por encima de todo.
Hay estampas que se repiten una y otra vez. La de Manuel Negrete en 1986, la de Zinedine Zidane en Alemania 2006, la de Hugo ante el Logroñes. Tan poderosas todas que al texto que las acompaña puede acusársele de barroco. Moisés protagoniza la propia. Voló como un cerdo con alas -descrito así para satisfacer la psique mexicana-y marcó, abrazado a la tragicomedia celeste, el gol más palomero en la memoria reciente. Segundos dignos de perpetuarse en Instagram, un cortometraje que aún se reproduce con autoplay en la cabeza de millones. Han ocurrido desde entonces intervenciones de emergencia ante rivales arraigados, salvadas imposibles en parajes hostiles como Costa Rica, un par de coronas que le ciñen mejor que a la melena de Ochoa y una salida a tiempo para evitar que la MLS, por el insospechado freeway canadiense, dilapidara el último resquicio de gigantismo mexicano en la Concacaf. Pero ni así. A Moi no le alcanza para ser ídolo. Le sobran lípidos y le falta carisma.
Las Águilas no exigen buen porte para volverse ídolo. Ahí está la joroba de Cuauhtémoc como muestra. Pero él tiene la morbosa profundidad de personaje que tanto gusta. Talentoso pese a ser borracho, humanitario pese a ser lépero y efectivo pese a ser mujeriego. La fórmula nativa del mexicano con resultado de éxito. Blanco es tridimensional; Moisés, unidimensional. Es gordo, o parece serlo, y nada más. Y a los que son como él se les manda a la friendzone, no a la de los ídolos.
El americanismo tiene mucho por pensar. Ochoa, con legítimo derecho, decidió trazar su camino en Europa; Moisés, afirma querer permanecer hasta ser un histórico para el club. No sabe, porque la afición no se lo ha sabido reconocer, que ya lo es y que ha superado a Francisco Guillermo. Que la báscula no pueda más que las atajadas.