27 de enero de 1945, Auschwitz, el campo de concentración más grande, fue liberado por tropas soviéticas como parte de su ofensiva contra Alemania; el recorrido había iniciado casi un año antes. Las huellas del asesinato de millones y millones de judíos permanecían, toneladas de cabellos que eran cortados a las mujeres poco antes de morir y bodegas repletas de vestidos y trajes. El sitio exhibía con mayor fidelidad el exterminio, el que intentaron ocultar, aunque sin éxito, en otros campos. Las cámaras de gas lo habían confirmado.
Prisioneros hambrientos, desnutridos, y con la esperanza de ser liberados para reiniciar la vida ante la fortuna de no haber sido guiados al peor de los finales junto a sus familias, los recibieron. Los obstáculos dejaron de serlo, abandonaron Auschwitz. La reintegración no lucía alentadora para quienes fueron maltratados, forzados a trabajar de sol a sol, padecieron enfermedades y batallaban con su propio cuerpo para desplazarse. Pero estaban vivos.
Julius Hirsch no compartió la dicha de la libertad. Delantero que a gran velocidad rompía barreras defensivas, fue el primer judío en vestir el jersey del representativo alemán. Encontró la pasión por el futbol en el Karlsruher