Por: Elías Leonardo
Un personaje que no puede faltar en el entorno de todo futbolero es aquel que cuestiona el hecho de ver repeticiones o resúmenes de partidos. “Si ya lo viste, si ya sabes lo que pasó, ¿para qué lo vuelves a ver?”, suele expresar. Comprensible es que conciba al aficionado como un fanático o un obsesivo. Hasta eso, tiene algo de razón. ¿Cuál es la necesidad de retornar a lo ya sabido?
Respuestas varían de acuerdo a los motivos de cada quien. Algunos querrán emocionarse otra vez con un golazo, otros recolectar argumentos para polemizar sobre un suceso. Algunos para ponerse al corriente del gol que no vio, otros para continuar admirando el poema de una ejecución colectiva o individual. Algunos para seguir con la proclamación de un triunfo, otros para intentar asimilar la derrota.
De igual forma se regresa para hallar inesperadamente una historia extraviada entre tantas historias registradas en 90 minutos; lo que no se pudo apreciar durante el juego, surge en el tiempo brindado a la repetición, o resumen. Para muestra tenemos el partido Portugal-Ghana.
Cristiano Ronaldo y los suyos, pese a ganar 2-1, se despidieron del Mundial. Un desafortunado autogol ghanés encaminó la debacle africana. Hasta allí podría sintetizarse lo relevante del encuentro entre ambas selecciones. Sin embargo, cortesía de las repeticiones, se pudo apreciar un duelo distinto donde no jugaron once contra once, sino uno contra uno.
El portero Fatawu Dauda saltó a la cancha con un objetivo personal: Cristiano Ronaldo. Y CR7 correspondió a dicho propósito. Al guardameta parecía darle lo mismo perder o ganar, su accionar se centró en impedir a toda costa una anotación del crack portugués. En contraparte, el astro del Real Madrid se enfocó en querer hacer trizas la puerta rival para su orgullo propio.
Cristiano disparaba al arco, Fatawau atajaba; uno no daba crédito a la intervención del arquero, otro festejaba el impedimento de gol del delantero. El portugués transitaba un partido de angustia para cualquier atacante, el portero uno de gloria. Llegando al límite de la presión de ese duelo silencioso, aprisionados en su confrontación, apareció el error, travieso y legítimo elemento sobre el césped.
La inocencia se apoderó de los puños de Fatawu para dejar un balón a merced de los pies de CR7, quien empujó con desgano el esférico a la red. Así no, así no quería anotar el portugués. Lo reflejó con su ausente celebración, con un rostro que reprimió la exaltación del gol. Había ganado el duelo pero no le agradó.
Fatawu falló de manera infantil, sin el aplomo que había mostrado. Y eso, eso no le vino en gracia a un delantero que había encontrado un portero que le estuvo exigiendo y respondiendo a su nivel. El arquero africano pasó de héroe a villano a los ojos de millones, no obstante para la mirada de un hombre fue un adversario que mereció su respeto callando lo más sagrado de su oficio, el gol.
A veces para ello sirven las repeticiones y los resúmenes.A veces para reinventar las emociones de quien las ve.