Por: Roberto Quintanar
La sonrisa de Nelson Mandela dio la vuelta al mundo en mayo de 1994. Luego de muchas décadas llenas de una amarga e irracional segregación racial, el hombre que luchó por décadas lograba acceder a la presidencia de Sudáfrica, iniciando una nueva era en la democracia de ese país.
A fines de la década de los cuarenta, el Partido Nacionalista había impuesto leyes que separaban a los habitantes de ese país y de forma que únicamente las personas de origen caucásico tenían el derecho de habitar en determinadas ciudades o acceder a servicios como escuelas y determinados hospitales. Aquello provocó movilizaciones en contra de esa política, conocida como apartheid y que fue condenada durante mucho tiempo alrededor del globo terráqueo.
Mandela debía pasar más de 27 años en una prisión de Robben Island debido a sus actividades en contra del régimen racista. Al salir, con un gran apoyo de la población eminentemente africana y la comunidad internacional, el carismático líder encaminó sus esfuerzos a construir un país en el que todos los ciudadanos tuviesen los mismos derechos.
Pese a ello, el encono entre razas era muy fuerte cuando llegó al poder. Su primera misión era acabar con esas divisiones e impulsar la unidad nacional.
Aunque los vientos parecían dirigirse al lado contrario hacia el que caminaba cuando hizo esa elección, Mandela decidió utilizar al rugby como ese elemento de unidad. Era el deporte que habían llevado los europeos, despreciado por los negros y motivo de orgullo del blanco para demostrar su “superioridad”.
El Presidente decidió entrevistarse con los integrantes de la selección. El capitán era Jacobus Francois Pienaar (africano de origen neerlandés) que, sin embargo, simpatizaba con la causa del ahora líder político de la nación. Cuando se entrevistaron, la personalidad de Nelson impactó profundamente al deportista.
La Copa del Mundo de Rugby se celebró en Sudáfrica en 1995. Era el regreso de la selección a competiciones oficiales después de las sanciones derivadas del apartheid. Pienaar escuchó atentamente a Mandela, quien le pidió acercar al equipo a la gente de raza negra y alejar la idea del orgullo blanco de ese deporte.
Impulsados por el liderazgo de su capitán, los jugadores del equipo sudafricano se esforzaron en aprender el himno de protesta que los negros habían cantado en lengua zulú, “Nkosi Sikelele Afrika” (Dios bendiga a África). Los atletas no querían decepcionar a “Madiba Magic”, el hombre que no buscaba venganza sino unidad.
El equipo Springbok, como se conocía a la selección de ese país, fue pasando del desprecio a la indiferencia y finalmente a ganarse la simpatía de la gente de color. El local pasó sobre Australia, Rumanía y Canadá en la primera ronda. En cuartos de final, aplastaron a Samoa y, contra todos los pronósticos, se deshicieron de Francia en las semifinales.
La final daba como claro favorito al equipo rival, Nueva Zelanda, que había aplastado sin problemas a Inglaterra la ronda anterior. Pero la presencia de Mandela en el estadio cambió todo.
Enfundado en la camiseta de Pienaar, el líder saludó a todos los jugadores, lo que causó que el público, mayoritariamente de raza blanca, se uniera en un grito unánime… “¡Nelson, Nelson!”. Springboks y All Blacks fueron severamente afectados a nivel emocional por lo que ocurría. El equipo sudafricano salió con una gran determinación a la cancha, buscando hacer honor a Mandela y dedicarle el trofeo. Los jugadores de Nueva Zelanda, por su parte, se sintieron intimidados pese a llevar el juego a tiempo extra.
Años más tarde, los neozelandeses lo reconocieron. Enfrentaban a un país unido, que tenía a “Madiba” como su líder. El capitán Sean Fitzpatrick ha declarado que su equipo fue derrotado desde el momento en que Nelson hizo acto de presencia.
Desde el comienzo, el ambiente convirtió al partido en el más emotivo en la historia del rugby. Al sonar “Dios bendiga a África”, Pienaar no podía cantar; se mordía los labios y cerraba los ojos en un intento por no llorar. Bajo esa camiseta verde, ya no únicamente representaba a una minoría, sino a 43 millones de sudafricanos.
Bajo esas circunstancias, el cansancio no fue suficiente para detener al local. Sudáfrica derrotó 15-12 a su rival y levantó el Mundial de la especialidad. Pero lo más importante para ese país fue que por vez primera se dio una comunión entre blancos y negros, quienes unidos festejaron el triunfo de su equipo. El sueño de Mandela se hizo realidad.