Crecí en el antiamericanismo más original, una corriente que ayudó sin ninguna duda a construir su leyenda, sin embargo, en ese sano cruce de rivalidades con Pumas o Guadalajara, aprendí a respetarlo, incluso a sentir admiración por América, pero jamás a odiarlo. Sin cursilerías, el futbol necesita recrear todo tipo de experiencias.
La personalidad que transmite cada equipo es fundamental para hacer conciencia de grupo, por lo tanto afición. El Madrid apela al honor, el Barça al romanticismo, el United a la épica, el Bayern al esfuerzo, el Ajax a la juventud, el Boca al pueblo; pero ningún club grande pide ser odiado. El posicionamiento de un club es un bien patrimonial, cambiarlo es delicado y entregárselo al mercado peor, porque se buscan aficionados, no usuarios. La mercadotecnia no siempre es buena consejera, más auténtica es una afición que se adhiere a unos colores por convicción, que por contrato.
El “Ódiame Más” diseñado por Nike, sirvió para evangelizar a una nueva generación de americanistas a los que el club no había podido convencer. En su papel de villano decidió identificarlos con el odio. Así, exigiendo ser odiados y sintiendo honor por ello, sus jóvenes aficionados heredaron el peor de los valores. Efectivamente la generación que nació después del gran América de los ochenta, el mejor de todos, es una comunidad digital odiosa. La combinación Twitter-Facebook-Americanismo resulta tóxica. Agravios, insultos, amenazas. El futbol en completo estado irracional nada bueno aporta a la historia de un club respetable y ganador. No puede entenderse que en esta época el deporte sea utilizado como un contenedor de rencor. Algo hicieron mal sus padres y abuelos al no poder transmitir la mística de un equipo a base de enormes jugadores, títulos y gran futbol, para que hoy tenga que seguir recurriendo al desprecio como principal herramienta de convocatoria.