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Mi primera columna fue Ghiggia

Columna de José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo sobre Alcides Ghiggia, héroe Uruguayo que anotó el gol de la victoria para Uruguay en el Maracanazo contra Brasil en el Mundial 1950

Puede usted creerme o no. Pero los estadios están llenos de fantasmas, me consta. Detrás de sus muros y entre sus túneles, se esconden leyendas de futbolistas y aficionados. Que en aquellos rincones encontraron muerte o alegría. Al morir y con el alma en pena; algunos regresan al lugar en vida donde fueron más felices. Pero los otros, están condenados a vivir ahí para siempre; justo en el rincón de su desgracia.

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La historia que vamos a relatar es auténtica, poco tiene de ficción y mucho de nostalgia. Porque finalmente los espíritus son eso, melancolía ambulatoria. Algo había escuchado, pero no tenía certeza del hecho, ni tampoco quería averiguarlo. Resultaba escalofriante incluso imaginarlo.


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Hace año y medio durante alguna larga espera de aeropuerto, me animé a preguntarle a un periodista brasileño si “La Leyenda de Barbosa” era cierta o solo mera superstición. Con los ojos desorbitados y el semblante desencajado, el periodista asumió absoluto anonimato y me hizo prometerle que jamás revelaría su nombre por razones de seguridad.

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La Confederación Brasileña de Fútbol prohibió en forma rotunda, difundir, investigar o relatar, cualquier cosa que tuviera que ver con el fantasma que habita en el Maracaná. Incluso existió el inexplicable rumor, de un grupo de reporteros que entraron al túnel de jardinería del monstruoso estadio y jamás salieron.


Durante casi 3 horas de relato el periodista me confesaba nervioso, que directivos de la Confederación Brasileña escondían entre su archivo muerto, el video confiscado de un aficionado que logró captar la figura del fantasma de Maracaná, cuando jaloneaba la camiseta de un delantero uruguayo que enfilaba solo rumbo al marco de Brasil durante un partido eliminatorio del Mundial.


Enzo Francescoli también uruguayo, declaró una tarde al salir de los vestuarios del estadio, que pasaban cosas muy raras en Maracaná cada vez que los charrúas visitaban el santuario: en medio campo corre un viento frío y las luces del vestuario se apagan solas. Los jugadores de la celeste caen al suelo sin que nadie los toque. El balón desvía su trayectoria increíblemente en los tiros libres y en la banca se oyen gritos. Los uruguayos juran que el Maracaná está encantado. La última vez que Uruguay venció a Brasil en aquel lugar, fue hace más de cincuenta años, el día del “Maracanazo”, la tragedia más grande en la historia del fútbol brasileño.


Sucedió una tarde de julio en 1950. Brasil virtual campeón de su propio campeonato, salió al campo con la Copa Jules Rimet bajo el brazo. Tan solo un empate frente a Uruguay, bastaba al antiguo “Scratch du’oro” para ganar su primer título mundial. El estadio más grande del mundo se apoderó de las almas y gargantas de casi doscientas mil personas en sus tribunas para ver la final de la Copa del Mundo del ‘50. El gigante brasileño rugía tan fuerte, que su voz podía escucharse hasta Montevideo. La Selección Uruguaya de fútbol arrinconada en su vestidor, debatía minutos antes del partido la decisión de salir al campo a jugar la final o entregar el partido a Brasil por default.


Pero Obdulio Varela, capitán y antiguo cacique de garra junto con los delanteros Ghiggia, Schiaffino y el portero Roque Máspoli sacaron a sus compañeros de la oscuridad y la humedad del túnel poniente encaminándolos al campo santo brasileño. El partido arrancó con Brasil cantando y bailando sobre el área rival. Milagrosamente antes de la primera hora de juego, apenas Friaca había marcado el uno a cero. Pero la verdad es que debieron ser por lo menos cuatro. Aquel estadio era la bestia más grande que el mundo del fútbol haya conocido jamás, imposible salir vivo de ahí. La humedad nublaba la vista, el ruido no dejaba escuchar nada, sus ojos perseguían la pelota por todo el campo y su medio millón de manos, acariciaban un título que jamás les perteneció.


Con Brasil metido en la portería brasileña, Obdulio el negro jefe destruyó una pelota que cayó en los pies veloces de Schiaffino y ante el monstruo de doscientas mil cabezas empató el partido al minuto ‘66. A partir de ese momento el terror se apoderó de Río. La gente enmudeció, Maracaná empezaba a convertirse en el velorio más grande del mundo. La tragedia se consumó a once minutos del final con la Jules Rimet vestida de verde y amarillo. Schiaffino escapó por el centro y soltó la pelota para Alcides Ghiggia que iba empeñando almas por la banda derecha.


Ghiggia entró al área y miró fijamente a los ojos de Barbosa. El portero brasileño que vestía un suéter de estambre negro, levantó las manos intimidando al extremo uruguayo y achicó el ángulo a primer palo. En ese momento Ghiggia, que era el hombre más solitario del campo debía decidirse entre centrar la pelota o definir con fuerza entre el poste y el portero. Barbosa, Jules Rimet y doscientas mil personas, sabían que Alcides no tendría opción. Tiraría el centro para Schiaffino que estaba marcado por 3 brasileños, de otra forma sería imposible marcar. Pero Barbosa el portero de Brasil en el ’50, dio un paso al frente para cortar el supuesto centro antes de tiempo y dejó abierto el primer palo. En menos de un segundo la pelota ya estaba entre las redes matando a Barbosa y asesinando al Maracaná completo. Uruguay ganó la Final de la Copa del Mundo de 1950 dos goles por uno en el corazón de Brasil.


Al terminar el partido los brasileños escaparon por las puertas del estadio disfrazados de mujeres y de civiles. Mientras Uruguay se llevó el trofeo a Montevideo envuelto en papel periódico. Barbosa se quedó sentado en la portería norte del Maracaná, abrazando entre lágrimas el primer palo. Nunca volvió a salir del estadio, incluso llegó a encarar juicios penales por traición a la patria y fue declarada persona non grata por la afición brasileña. Jamás se casó, fue abandonado por su novia y condenado por la sociedad a vivir en la ignominia y la soledad absoluta.


Pasó el tiempo y la Confederación Brasileña apiadándose de su pobreza, le ofreció el puesto de guarda campo en Maracaná. Durante años el viejo portero vivió en una covacha arrumbada tras el túnel de jardinería del estadio. Por las noches salía de su oscuridad y recreaba la jugada de Ghiggia, lamentándose del momento en que dejo descubierto el marco. Se cubría de la lluvia y el frío con el antiguo suéter de estambre negro, que uso aquella tarde del 16 de julio del ’50. Y casi siempre, amanecía abrazado al primer palo de la portería norte del estadio. La última vez que le vieron fue durante la eliminatoria para el Mundial de Italia 90. Sentado tras la portería norte de Brasil, rescató un balón del túnel en pleno partido y lo regresó al campo. Taffarel portero brasileño, suplicó al árbitro central que no reanudara el juego con el mismo balón, temiendo que después de tocarlo Barbosa, también estuviera maldito.


Paulo Barbosa murió años más tarde. Pocos saben cómo y donde. Pero la leyenda dice que encontraron el suéter de estambre negro, amarrado al primer palo de la portería norte del Maracaná y el cuerpo jamás fue descubierto. Desde entonces en aquel estadio, pasan cosas raras como un balón que se detiene en el aire y no cruza la línea de meta o un árbitro que sintió como le arrancaban el silbato de la boca antes de pitar un penal en contra de Brasil. La Confederación Brasileña de fútbol no olvida el día en que se apagaron misteriosamente las luces del estadio al minuto ‘89 de un clásico Flamenco vs Fluminense y desaparecieron las redes de ambas porterías.


Ricardo Texeira recluso presidente de la CBF, presentó una propuesta para demoler el estadio y construir uno nuevo, pero días después el césped del estadio sobre la portería norte empezó a secarse, debido a una extraña plaga que hasta el momento no se ha podido detener. Nadie se atreve a entrar al túnel poniente donde dicen, sigue habitando Barbosa portero del Maracanazo. Sus puertas han sido tapiadas con ladrillo y por las noches, se escuchan las cadenas de su celda arrastrando por las tribunas. Puede usted creer en esta historia o simplemente dejarla pasar como una anécdota. Pero los brasileños pueblo fanático y devoto, piensan que la leyenda de Barbosa es cierta y que su espíritu existe en el Maracaná, formando parte de la magia y misticismo del fútbol en Brasil que un día como hoy, redacto Alcides Ghiggia.

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