Por: Fernando Cevallos
Criados en La Masía, se hicieron futbolistas en Can Barça, pero no fue suficiente. Jugar en el Barcelona requiere mención honorífica. Giovani tenía le talento; sin embargo, el niño mimado de Pep era Jonathan: lo ganó todo, jugó nada.
El 'Ronaldinho Azteca' apodaban a Gio con 17 años tras ser campeón del mundo. Lo que parecía un halago terminó siendo su condena. Guardiola eligió a Bojan y dictó sentencia: cinco años en las mazmorras de White Hart Lane. Pocos minutos en la Copa, sin oportunidad en la Premier, una aventura en Turquía. Pidió asilo político en Santander. Su buen comportamiento hizo que el juez Redknapp se lo concediera. Seis meses en el Racing le bastaron para confirmar que España era su segunda casa, deslumbró.
El Mallorca pagó la fianza y lo llevó de vuelta a la Península, pero no bastó su talento de para salvar a un equipo condenado al descenso, lo que le envió a Castellón. Un Giovani de paso firme, pelo corto y frente alta, dejaba su historial de jugador nómada para por fin ser un futbolista sedentario; once goles y ocho asistencias después le dieron el mote de la mejor contratación del año en España. Fue ahí que su petición se volvió exigencia, su deseo, alegría y su sueño, una realidad. Jonathan, su hermano, era nuevo jugador del Villareal.
Hace unos días, el túnel de vestuarios fue el preámbulo de la camaradería del que vuelve a casa. Se abrazaron con Piqué, hicieron ese saludo tan suyo con Dani Alves y lo de Rafinha fue como si se encontrarán con un hermano más. Perdieron en el resultado, ganaron el respeto que tanto habían pedido. El Camp Nou los reconoció como propios con un aplauso cuando se retiraban al banquillo. La Copa del Rey lo hizo posible. El regreso de los Dos Santos a Barcelona, nunca mejor dicho… parte Dos.