Por: Roberto Quintanar
El discurso se repite una y otra vez cada cuatro años, como un disco de acetato rayado por la mentalidad corta y las aspiraciones poco grandes: México tiene siempre el objetivo avanzar al quinto partido de la Copa del Mundo; es decir, pasar la ronda de octavos de final, calamidad del cuadro nacional desde aquel lejano 1994, cuando el Tri de Miguel Mejía Barón cayó en octavos de final contra Bulgaria.
Lo que se dice es cierto: el que aspira a poco no llega a nada. Utilizar constantemente esa frase maldita, el “quinto partido”, ha tenido como consecuencia hacer más grande la barrera de la segunda ronda. Parece una instrucción genética inserta en el ADN de seleccionados y entrenadores cuando se plantan en ese escenario… y el quinto partido no llega.
De acuerdo; en ocasiones se ha debido a situaciones extraordinarias, como aquella majestuosa obra de arte que pintó el innombrable Maxi Rodríguez en Alemania 2006. O ese grosero error arbitral que cambió el rumbo de un partido en el que México había dominado a Argentina en la segunda ronda de Sudáfrica 2010.
Pero las excusas sobran. Ni los penales “injustos” ni los yerros arbitrales ni el olvidar cambios son los principales responsables de que el Tri siempre se quede en una ronda que hasta nuestros vecinos del norte (2002) y nuestros hermanos costarricenses (2014) ya pasaron.
El principal problema viene de ese objetivo corto, del discurso emanado lo mismo de medios que de federativos, jugadores, entrenadores y hasta aficionados. ¿Por qué seguir pensando únicamente en pasar los octavos de final cuando eso ya ocurrió hace 30 años?
Lejos de toda la parafernalia de hoy, el domingo 15 de junio de 1986 el Tri de Bora Milutinovic enfrentó a Bulgaria en la ronda de octavos de final del Mundial que se celebró en casa. Los europeos, que eran tremendamente defensivos y duros, fueron un difícil sinodal. Sin embargo, la ventaja de jugar en casa no fue desaprovechada por México, que ganó por 2-0 gracias a un extraordinario gol de Manuel Negrete y otro tanto de Raúl Servín.
A partir de ese día, el chip debió cambiar por completo. Si ya conseguiste jugar unos cuartos de final, el próximo objetivo deberían ser por lo menos las semifinales. Pero no. Siempre es el quinto partido; seguimos estancados en el sitio que habíamos dejado atrás el 15 de junio de 1986.
Médicamente sería inexplicable caer ante un virus al que ya somos inmunes, a menos que éste mute. Sin embargo, parece que la enfermedad le apareció tardíamente, en 1994. Al Tri lo atacó la peste negra de los octavos de final… es decir, un mal que ya no debería ser amenaza alguna.
Este virus es exclusivo de la Copa del Mundo. Hoy que la Selección Mexicana de Juan Carlos Osorio juega la Copa América, realmente existe la idea de que es un certamen ganable. Y es lógico; después de jugar dos veces la final del torneo, no se puede pensar en otra cosa.
Pero el principal trabajo del estratega cafetero, lejano a la contaminación del discurso del quinto partido, no es ganar el torneo centenario, sino romper esa barrera cambiando un discurso que es en sí el virus causante de esa enfermedad que ataca a los futbolistas y entrenadores: el virus del quinto partido.