Por: Roberto Quintanar
Cuévano era el lugar preferido de Jorge Ibargüengoitia para ubicar sus más finas historias. Por supuesto, no podía ser otro sitio sino Guanajuato, la ciudad en la que el escritor nació el 22 de enero de 1928.
Lejos del recato que solía todavía imperar en la sociedad mexicana, Jorge rompió desde sus primeros pasos pluma en mano con el molde del escritor nacional. Desde una postura sarcástica y satírica, Ibargüengoitia abordó la historia y realidad de su país natal, especialmente trascendente en “Los Pasos de López”, en el que con una fuerte dosis de comedia desmitifica la figura de los héroes de la Independencia.
Gran tino tuvo también en plasmar con este estilo el México en el que el modernismo daba las últimas patadas para dar paso a la posmodernidad. Y como no podía ser de otra manera para un hombre nacido y criado en el Bajío, tierra de hinchas apasionados, en su acervo cultural estaba muy presente el balompié.
Por lo menos en tres de sus obras más importantes podemos encontrar alguna referencia al deporte más popular del país como elemento narrativo, casi siempre como una forma de poner de manifiesto la miseria y mezquindad de sus personajes.
En Estas ruinas que ves (1974), dos momentos describen la naturaleza humana con un balón como parte del escenario: el instinto de supervivencia y la ira. El primero se da cuando el profesor Francisco Aldebarán llega a Cuévano. Destaca una escena repetitiva de la ciudad: los mozos que juegan al futbol frente al Gran Hotel Padilla e interrumpen su partido cuando llega un huésped para pelearse por cargar las maletas (y ganar las propinas, que son su entrada de dinero para sobrevivir); el segundo, cuando el grupo de amigos de Aldebarán llega con muchas copas encima y empuja a unos niños que jugaban cerca de la casa de Malagón, uno de los protagonistas del cuento, quien en un momento de furia alcoholizada explota al escuchar la pelota golpear el cristal de su casa y responde lanzándola con furia al otro lado de la calle, donde romperá el vidrio de una casa vecina.
Al narrar el conocido caso de las Poquianchis (las multihomicidas más famosas de México en el siglo XX) en el libro Las muertas (1977), cuando se celebra la bendición de las tierras de las hermanas Baladro, que irónicamente serán usadas para la explotación sexual de mujeres, los asistentes a la fiesta deciden hacer un partido mixto antes de la ceremonia religiosa.
En su clásica entrega Dos crímenes (1981), los sobrinos de Marcos, el protagonista (un perseguido político) hacen su aparición jugando al futbol y “maltratando las plantas” de la casa del tío Ramón, quien no tolera que los chicos practiquen con la pelota en su casa y a quienes hace claudicar en su juego hasta en dos ocasiones. Una vez más, la intolerancia del adulto con el niño por el juego queda de manifiesto. La vida ya sólo admite una diversión si implica juegos menos inocentes que patear un esférico.
Sólo el círculo cercano a Jorge Ibargüengoitia supo de la verdadera relación del escritor con el futbol más allá de el contexto cultural con el que lo plasma en su obra. Su seriedad en público, que hace dudar de alguna pasión futbolera, contrastaba con su personalidad más relajada y hasta divertida con sus verdaderos amigos, que eran pocos.
Curiosamente, a Ibargüengoitia se le reconoció más años después de su trágica muerte en un accidente aéreo. En vida, su figura no causaba el revuelo que hoy en día.
A 87 años de su nacimiento, recordamos al hombre que hizo del humor y el sarcasmo su marca registrada a través de las letras: Jorge Ibargüengoitia.