Por Santiago Cordera
Miraba de reojo sufrir al Real Madrid contra Las Palmas cuando me estalló el breaking news en la pantalla. Luis Enrique había anunciado su decisión de no renovar a final de temporada justo cuando el Barcelona acababa de alimentar el entusiasmo de una remontada de épicas proporciones ante el PSG con una goleada al Sporting de Gijón. Revisé mis bolsillos del pantalón a ver si encontraba una razón que tuviera sentido para hacer este anuncio en un momento en el que el Barça parecía haber encontrado su identidad extraviada.
Sin pistas de dónde estaba la racionalidad, le escribí a mi amigo blaugrana. He de confesar que mi colega es tan emocional cuando hablamos del Barça, que más de una vez he pensado que se me puede infartar en la mesa de una cantina cualquiera. Su teoría, contrario a lo que esperaba, era racional. “Antes está el Club que él, hay que ir planeando la siguiente temporada, y el Barça y Luis Enrique habían acordado empezar a hablar mañana sobre la renovación”, me respondió por Telegram.
Tiene sentido, pero no. Revisando en mi cartera, encontré una respuesta. Un breaking news como el de Luis Enrique, con la Liga más abierta que nunca -mientras escribo esto, veo de reojo empatar al Madrid contra Las Palmas en el Bernabéu-, y la ilusión de una remontada en la Champions perfumada de Camp Nou, no se hace en este momento, a menos de que la noticia, en lugar de convulsionar a los jugadores, de desconcertarlos, y de entristecerlos, tenga por objetivo animarlos a recuperar su fiel estilo e impulsarlos, como si fuera un suplemento alimenticio, a luchar por todos los títulos con opciones hasta final de temporada una vez liberados de Luis Enrique.
Seguí buscando por si a caso encontraba otra razón, pero no la hallé. Luis Enrique, sabiendo que la situación era irremediable, y que los problemas de vestidor habían alcanzado la luz pública en forma de derrotas y falta de estilo, no tenía mucho tiempo para presentar su estrategia, sólo hacía falta esperar un buen resultado, contundente, electrizante como el del Sporting de Gijón.
Y llegó. Termina el partido. Luis Enrique anuncia al vestidor que no renovará. Los jugadores -imagino que eufóricos aún por la forma en que ganaron- muestran perplejidad por fuera, pero alivio por dentro. Luis Enrique los invita a divertirse y a jugarse el resto de sus fichas en un apuesta: ganarlo todo. Él, Lucho, se compromete a ser su bastón hasta el final, con la promesa de que no reculará. Luis Enrique se va como un grande y los jugadores se quedan como héroes. Todos felices.