Por Santiago Cordera
El 8 de noviembre pasado, el New York Times publicaba un reportaje en el que afirmaba que Hillary Clinton tenía las mismas posibilidades de perder la elección de Estados Unidos, que un pateador de futbol americano fallar un gol de campo de escasas 37 yardas. Es decir, muy pocas. Ese día, la candidata demócrata iba a adelante en las encuestas con una intención de voto del 85% a su favor.
Unos días antes, el 31 de octubre, un amigo me decía que había leído una estadística interesante sobre la Serie Mundial. Los Cubs de Chicago tenían casi las mismas posibilidades de remontar el 3-1 en contra en la Serie Mundial, que Trump de llegar al Despacho Oval. Pensé que era un dato interesante. Creí que los Cubs eran capaces de revertir las estadísticas en su contra como ha sucedido muchas veces en la historia del deporte, pero descartaba rotundamente un remontada de épicas proporciones, entre otras razones, porque las encuestas de salida de los tres debates presidenciales habían debilitado a Trump hasta el punto de reducirlo a cenizas, los internacionalistas vaticinaban una paliza en las urnas, y las apuestas en Las Vegas estaban 80 a 20 a favor de Hillary.
Aún en estado shock, este miércoles de terror, me encontré con un reportaje de NBC Sports que describía el impacto que puede tener la elección presidencial de Trump en el partido de Estados Unidos contra la Selección Mexicana en el primer partido del Hexagonal Final rumbo al Mundial de Rusia 2018.
Lo primero que destacaba Joe Prince, autor del texto, era que el encuentro se desarrollará en Columbus, Ohio, estado considerado clave o “péndulo” en el triunfo electoral de Donald Trump debido a que, por un lado, ningún candidato republicano había ganado la Casa Blanca sin Ohio, y por otro, son entidades cuya postura política no está definida en las encuestas y varía día a día. Aquí empieza lo atemorizante. Dado que Ohio fue decisivo en la elección, Price insinúa que no sería extraño ver las primeras manifestaciones públicas de los seguidores de Trump en contra de la inmigración mexicana en Estados Unidos aprovechando la ventana masiva que ofrece el futbol, y, a su vez, exigirle a su ya electo presidente que cumpla sus promesas de campaña.
Mis ojos se hicieron tan redondos como un plato. Me imaginé sentado frente a la televisión viendo cartulinas en manos de americanos pidiendo la construcción del muro, camisetas exhortando la expulsión inmediata de los migrantes, caras pintadas demandando el pago de la barda, rompiendo con los valores de paz, distracción, y espectáculo, que separan el futbol de la política.
A pesar de que siempre he sido de la idea de separar futbol y política, esta vez, contra mi propia voluntad, confieso que no he podido. No he podido porque después de la felicitación de Enrique Peña Nieto a Donald Trump a través de las redes sociales, presiento que el partido que se desarrollará en Ohio será la primera toma de contacto social después de que la piedra angular de la campaña del nuevo presidente de Estados Unidos fue la reestructuración del Tratado de Libre Comercio (TLC), la construcción del muro, y la expulsión de las migrantes mexicanos, lo que me hace pensar que sus votantes le exigirán esas demandas cada vez que se presente el escenario ideal. Y Columbus lo es.