Por: Santiago Cordera
No recuerdo haberme sentido tan agredido en el futbol como este martes cuando Alemania aprovechó el estado de shock por el que atravesaba Brasil para noquearlo como si fuera una pelea de artes marciales mixtas. Y eso que no soy ni seré carioca en la vida. Parecía que los habían dejado grogui, atontados, casi dormidos. Daba la sensación de que la selección carioca había sufrido un desmayo y al recuperar la consciencia ya iban perdiendo de manera asesina sin siquiera comprender lo sucedido, como cuando uno entra en pánico tras recibir una noticia inesperada y no sabe cómo actuar. Veía que los goles seguían cayendo y suplicaba en silencio que pararan la masacre, como si estuviera viendo un fusilamiento. Pero no, era la mejor Alemania contra la peor Brasil, frente a frente, ante el púbico del anfitrión. En la redacción, los que le iban a Alemania, pedían más después de ver el número siete en el marcador. Yo pedía clemencia para el enfermo.
Pasadas algo así como dieciséis horas de shock, después de quedarme a oscuras pensando en lo sucedido, me encontré a Messi en alguna parte. Supongo que estaba arrinconado en la imaginación porque si fue en un sueño, no lo recuerdo. Pensé:¿cómo habrá tomado Messi esta hitleriana victoria alemana?, no lo sé, pero intuyó que se habrá dado cuenta de que el plato está servido para que no sólo se convierta en leyenda, sino en la leyenda más aclamada de todo la historia del futbol universal.
Imagínense. Messi. Frente a Holanda. Gana Argentina con gran actuación suya. Pasa a la final. Enfrenta a la Alemania que venció como nunca antes nadie lo había hecho a Brasil, en una semifinal, metiéndole siete pero pudiéndole meter nueve, en Maracaná, con toda la masa futbolística diciendo que nadie puede vencer a los germanos, que no hay equipo que pueda detener a la maquinaria de Löw sorprendidos por lo que vieron en el Mineirao. Llega la final. Aparece Messi con su mejor versión. Mete un gol. Luego otro. Alemania recorta distancias, pero Messi vuelve a aparecer con una asistencia a Higuaín para sentenciar el partido.
Si fuera así, no sólo demostraría que había un equipo capaz de parar a Alemania, sino que había un jugador que solo podía frenar a la ‘invencible’ selección alemana. ¿Habrá algo que lo pueda motivar más que pensar en esta idea de consagración?, tampoco lo sé, pero si me pusiera en sus zapatos sólo pensaría en que no se me puede presentar mejor escenario para convertirme en inmortal, en el mejor futbolista de todos los tiempos, sueño que he perseguido desde que tengo uso de razón.
No se me ocurre alguna otra alternativa que no sea Messi en estado puro para detener a ese pelotón de 'asesinos' conocidos como la nueva generación de talento alemán.
Como cuando decía en los Octavos de final entre Holanda y México: “si México gana este partido, entonces está para grandes cosas”. Lo mismo con Argentina, si pasa… y si Messi quiere.
P.D. ¿hay que aferrarse a algo para no pensar como si se hubiera filtrado la noticia de que el próximo campeón del mundo es Alemania como si estuviera arreglado, no?