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Siempre más que un club. A Guardiola se le adjudican virtudes románticas. Su historia ha sido siempre la del bueno, aunque ahora eche de menos a ese villano que, paradoja de por medio, podría resucitar a partir de Pep. 

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Es el chico institucional que de la nada se transformó en el mejor técnico del mundo, el que guió y protegió a Messi ante cualquier nueve que pudiera opacarlo, el que es captado por la cámara siempre con estilo de por medio, el que manda a editar videos emotivos que transforman a sus calmados discípulos en guerreros de muerte a través de un filme hollywoodense, el que un día perdió la calma para decirle puto amo al que pretendiendo joderle la vida acababa provocando la rabiosa ebullición de Lionel, la clase maquiavélica de Iniesta y el empuje motorizado de Xavi.


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Se fue del Barça habiéndolo ganado todo. Alcanzó niveles de deidad. A la fecha, con resultados semejantes y mayores atributos de ataque, se asegura que Luis Enrique no llena los zapatos de Pep. Tampoco el suéter morado o las corbatas estrechas que combinan con el traje que lleva puesto. Si el Barça es más que un equipo, Guardiola es más que un técnico al que se mide en sumas de tres.


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El polvo, sin embargo, ha caído de a poco en el marco de ese cuadro hasta entonces inmaculado. Pep es el de siempre, pero no se le mira igual. En el Bayern se le anunciaba como el tipo institucional que podía llegar a hacer carrera. La mercadotecnia ha hecho lo suyo presentando a Guardiola como el nuevo Ferguson, pero él siempre ha dicho que es difícil sobrevivir al desgaste. La lealtad dura hasta que él se ha cansado. Es, además, una cuestión de edad. “Si tuviera 67 años como mi antecesor Jupp Heynckes me quedaría aquí hasta que Karl Heinz Rummenigge me dijera que ya ha sido suficiente, pero soy joven y quiero tener la experiencia de Inglaterra”, declaró cuando aplanaba el terreno para su arribo al Manchester City. Dice necesitar un nuevo reto cuando aún está pendiente la consecución de una Champions para hablar de un éxito redondo en los terruños del Allianz Arena.

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Bayern nunca fue el Barça para Guardiola. Si antes ignoraba a Zlatan para que se fuera y enterraba a Eto’o, en Alemania ha recurrido a la dialéctica mourinhista para hablar de topos que filtran alineaciones, decisiones tácticas e incomodidades de un equipo al que nunca hizo suyo. Se ha sentido traicionado, cuestionado en su autoridad como cuando Ramos y Casillas eran los apestados del Madrid a ojos del portugués. “No me importa quién sea, rodarán cabezas. ¡Al que sea lo echo! ¡No jugará más conmigo!”, publicó Bild citando las supuestas palabras de Pep al montar en cólera.


La transformación está en marcha. A Guardiola le han aparecido grises que añaden dimensión al personaje. El romántico ha tomado el camino capitalista. Esta vez no se trata de abandonar el club de una vida para abrazar al club insignia de Alemania, sino de partir a la meca de la grandeza de comida rápida, ahí donde los dólares no faltarán, pero la identidad sí.


Sulaiman Al Fahim mira a los Citizens como al tablero de ajedrez al que tanto tiempo ha entregado su atención. Su fortuna, diez veces mayor a la de Abramovich, el binomio culé Txiki-Soriano y los millones de dólares para convertir deseos en jugadores fichados le han significado un nuevo rey para su armada. El costo siempre ha sido lo de menos.


Pep no es Mou, pero cada vez se le parece más. En Inglaterra le dieron poder incluso antes de aterrizar. Como anzuelo, Txiki fichó a De Bruyne, calificado en la víspera por Guardiola en una inofensiva comida entre ambos como el nuevo Xavi. Ahí empezó la cacería. A Pep le darán lo que pida, como a Mou en el Madrid. Será amo y señor, verdugo de topos reales o ficticios.


El idealista ha vendido su alma a los petrodólares. En simultáneo, abre la puerta para que el villano en desgracia resurja abrazado por la tradición del Manchester United. Los papeles se invierten. Pese a todo, Guardiola algo lleva de razón. El Manchester City es más que un club, es también un negocio y el capricho de un jeque que pretende dar el jaque mate a la Premier con su nueva adquisición.

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