Por: Thomas Goubin
El papel de salvador no parecía atraerle. El discreto Zinedine Zidane pedía un trato igualitario. Rechazaba los privilegios a los cuales podía pretender por su nombre, su aura, y sus logros. Quería llegar a su meta con merecimientos. Al final, las circunstancias lo hicieron llegar a una posición de élite, ser entrenador del Real Madrid, sin nunca haber entrenado un grupo profesional. Florentino Perez, en su afán de comprar la paz social con las tribunas y dentro del vestuario, lo llevó a asumir el papel de Mesías que no quería, después de meses disonantes con Rafa Benítez al mando de los merengues.
Es que al contrario de tantos ex-magos de las canchas, quienes piensan que su magia sea contagiosa una vez en el banco, Zidane tiene demasiado respeto por la profesión de entrenador. Lejos del glamour que seduce tanto a su presidente, el sólo promete sudor. Esa retórica del esfuerzo lo guía desde que decidió pasar del otro lado de la raya blanca. “Ignoro tantas cosas”, declaró el galo en 2013 a L'Equipe Magazine. “Manager o entrenador es un verdadero oficio, un oficio que requiere un aprendizaje”. El reconocimiento de su propia ignorancia como primer paso hacía el conocimiento.
Estudioso, Zizou empezó en 2011 un curso para ser manager general en una universidad francesa. Circularon fotos del alumno Zidane con sus compañeros de clase, lejos del lujo de las concentraciones del Real Madrid o de los podios de Mango… Por fin, en 2013, también se arremangó y empezó una formación de entrenador en Francia. Ya en mayo pasado obtuvo su licencia pro de la UEFA que le permite entrenar un equipo profesional.
Zidane sólo se convenció poco a poco que quería ser entrenador. Cuando terminó su carrera, luego de haber agachado la cabeza en un pecho italiano, confesó que nunca había pensado en llegar a un banco. Su personalidad discreta, su timidez, inclinaban también a muchos a pensar que el astro no estaba hecho para ese oficio. En 2013 la confianza que le dio Carlo Ancelotti nombrándole ayudante, permitió justamente al francés enfocarse en relacionarse con los jugadores, a saber escuchar y convencer.
Al año siguiente terminó por tomar las riendas del Real Madrid Castilla, el segundo equipo de los merengues. Su inicio fue manchado por una suspensión de tres meses decidida por la RFEF que le reprochaba su falta de diplomas para entrenar. Un juez terminó por dejarlo ejercer mientras seguía un curso en Francia. “Descubrí por el bien común que necesitaba decir cosas que no querían escuchar unos (…), que podía gritar al medio tiempo en el vestuario y que eso tenía un efecto positivo” declaró a France Football, el aprendiz de entrenador, en junio 2015.
Zidane se tomó su tiempo. Ha necesitado casi diez años para reencontrarse con un papel de líder. En los últimos años, su nombre sonó varias veces para tomar las riendas del Marsella, el club de su querida ciudad natal donde hubiera llegado bajo las aclamaciones populares y atrayendo todos los reflectores, pero no es populista. Tiene una concepción aristocrática del fútbol, con ética del esfuerzo de obrero. Así, el verano pasado, el astro confesó haber rechazado una oferta del Bordeaux (Burdeos), porque el club donde empiezo a sobresalir como jugador no tenía presupuesto para darle los futbolistas que necesitaba para desarrollar el fútbol ofensivo que pregona. No iba a aceptar cualquier trabajo, pero dijo que ya se sentía preparado para dar el salto hacia una banca profesional. “Si uno espera que todas las luces estén verdes, uno nunca se lanza” declaró en RTL, traicionando sus ganas de poder medirse en la arena grande.
Al final todo fue bastante rápido para alguien decidido a no brincarse etapas. Al Real Madrid, el galo llega como escudo presidencial, un nombramiento repentino que no corresponde a su carácter, pero afín a su rango. El humilde Zidane tomó el riesgo de verse como un presumido en caso de fracaso, y como un Mesías en caso de éxito. Los riesgos de su nuevo oficio …