Por: Ángel Armando Castellanos | @aranha_azul
Ignacio Trelles fue mejor entrenador que jugador. Una lesión lo marginó rápido de la cancha. Cuenta que llegó de niño a la Ciudad de México. Un tren a Buenavista lo condujo desde Guadalajara junto a su madre. Le encantaba ir a jugar futbol cerca de Chapultepec.
Pasó por varios equipos en la Liga Mayor (hoy Liga MX) y en Estados Unidos fue parte de los Vikingos de Chicago, una oncena formada por escandinavos. Volvió para que una fractura de tibia y peroné lo obligara a dejar el juego. El destino le tenía preparada una muy agradable sorpresa en la banca.
Su éxito como Director Técnico llegó de la mano del Zacatepec. Ahí entendió que los directivos pueden ser muy ingratos y que el balón siempre da revancha. Ascendió al equipo a Primera División y -de acuerdo a sus propios relatos- fue cesado porque los directivos preferían a Ignacio Casarín. El Marte le dio una oportunidad y él devolvió la cortesía dándole su primer título de liga.
Volvió con los Cañeros y les regaló dos campeonatos. El América lo tuvo como responsable, pero el éxito no lo acompañó. Años después inició su leyenda. Toluca y Cruz Azul gozaron las mieles del éxito con él al mando. Con ellos se convirtió en el entrenador con más ligas la historia del futbol mexicano. Ganó siete. Sumó también copas y campeones de campeones.
Su paso por la Selección Mexicana fue el más largo del que se tenga registro. Tres mundiales fueron su legado. Con Nacho llegó el primer punto para México y también la primera victoria. Dejó el cargo tras Inglaterra 1966. Lejos está el equipo mexicano en tener a un estratega responsable durante tanto tiempo.
No fue un embajador del juego vistoso. Él buscaba resultados y sabía -como nadie- manejar ventajas. Su especialidad eran las mañas, tan apreciadas por el mexicano. El llamado “oficio” fue su sello desde la banca. No importaba a qué tuviera que recurrir.
Más de una vez mandó al aguador a repartir bolsas de agua a los jugadores en pleno partido. La estrategia era utilizada en los últimos minutos del partido, cuando su equipo trataba de mantener un resultado favorable y el rival acosaba con ritmo frenético. La idea era cortar la inercia del oponente. Casi siempre le funcionó.
La palabra oficio se escuchó con fuerza en 1998, 2006 y 2014. Con un poco más de eso, posiblemente México no hubiera llorado frente a Alemania, Argentina y Holanda. El manejo equívoco de la ventaja -del que nunca se culpó a Trelles- fue la causa de las eliminaciones tricolores. Con alguien como Don Nacho, la historia pudo ser diferente.
En 1991 el Puebla se convirtió en su último equipo. En el verano de aquel año dirigió a la Selección Mexicana y cedió el puesto a su alumno más aventajado: Manuel Lapuente. Desde entonces, Cruz Azul es su refugio. En La Noria ha ocupado diversos puestos y se le han rendido un sinnúmero de homenajes. Don Ignacio es la única leyenda a la que Guillermo Álvarez no ha exiliado del club.
Sirva este texto como homenaje al hombre que hoy cumple 99 años. El entrenador que marcó época en el futbol mexicano.