Por: Ángel Armando Castellanos | @aranha_azul
Si llovía, Iker atajaba. Si hacía calor, ahí estaba. Cuando el Barcelona humilló al Real Madrid, él le puso el pecho a las balas. Él siempre estuvo. Hasta hoy.
Debutó en la Champions League a finales de los 90 contra el Rosenborg de Noruega. Era casi un cadete. “Un poco más a la derecha, señor Redondo. No, mejor a la izquierda, señor”, le pedía a Fernando Redondo en un tiro libre en contra -Decídete y no me llames señor- replicaba el argentino.
Casillas, poco a poco se convirtió en un señor. En 2002 apareció en los momentos más trascendentales del futbol español. Sustituyó a César en la final de la Champions League definida con la volea de Zidane y fue el titular de España en el Mundial de Corea-Japón, el mismo año. Los penales ante Irlanda, punto y aparte.
Siempre rechazó los motes que lo pusieran por encima del equipo. “No soy galáctico, soy de Móstoles”, aseguró a la prensa cuando el Real Madrid estaba lleno de figuras mercadológicas. Él, más discreto y efectivo, fue el único que continuó cuando las estrellas se apagaron para dar paso a los obreros.
Dice La Biblia que el que a hierro mata, a hierro muere. Iker se ganó la titularidad del equipo aprovechando la lesión de César en Glasgow. Sin saberlo, su debacle llegó producto de una lesión, aprovechada por José Mourinho. Supo renacer, pero no fue suficiente para retirarse con los honores de Buyo. Paco salió del club para no tocar un balón nunca más.
En cambio, se va se da de la misma manera que Fernando Hierro y Raúl: por la puerta de atrás. El tiempo dirá si la política de poco respeto a las leyendas, que Florentino Pérez ha impuesto, es la correcta.