Por: Roberto Quintanar
Roland Barthes no escapaba a significar en las fotografías que le robaban sendas lentes que buscaban capturar al intelectual francés. Rostro en pose y casi siempre prefiriendo aparecer con un puro o un cigarro, él mejor que nadie sabía cómo hacer que se pudiese dar una lectura a sus placas.
Erudito de la semiótica y la lingüística, Barthes es uno de los personajes claves en el estudio de los signos. Académicos y estudiantes de lengua y comunicación deben poseer por lo menos una parte de su vasta obra para entender su campo de estudio.
Prácticamente ningún aspecto de la vida pasaba del análisis del también filósofo. El deporte no fue la excepción. Una de sus obras cumbres, Mitologías, hace un análisis simbólico de dos disciplinas deportivas: el ciclismo, a través del Tour de Francia, y la lucha libre.
Por supuesto, Barthes entendía a la lucha libre como un espectáculo antes que como un deporte: “Al público no le importa para nada saber si el combate es falseado o no, y tiene razón; se confía a la primera virtud del espectáculo, la de abolir todo móvil y toda consecuencia: lo que importa no es lo que cree, sino lo que ve”.
A su vez, concebía al ciclismo como una epopeya, relato construido en torno a un héroe (el ganador), algo real por el hecho mismo y utópico por lo que encarna figura del triunfador, un ente que no sólo se enfrenta a otros atletas sino a la resistencia del entorno natural. El mayor sacrilegio que derriba este constructo es el dopaje, algo que se ejemplifica a la perfección en el caso de Lance Armstrong, un héroe que pasó a la ignominia de la noche a la mañana.
Como buen francés, Barthes encontraba seductor el futbol, algo notable cuando escribió el relato de la película “El deporte y los hombres”, su mayor aproximación académica al deporte gracias a la intervención del entonces joven cineasta canadiense Hubert Aquin. Para el académico, el mundo futbolero es una reencarnación del teatro. Los protagonistas de esta obra, presentes en el rectángulo verde, extienden esa pasión a los espectadores. Es el balompié un canal a través del cual se expresa lo humano con las emociones compartidas entre actores y público: de la alegría al dolor, del goce a la angustia.
A diferencia de otros colegas, Roland Barthes buscó explicar el gusto del hombre por los deportes antes que criticarlo. Al equipararlo con la literatura clásica y el teatro de la antigua Grecia, el filósofo lo entendió a la perfección e hizo justicia a una parte importante del ser humano. Después de todo, la cultura actual es imposible de entender sin este espectáculo.