Por: Roberto Quintanar
Un buen equipo no tiene por qué recurrir a artimañas de ninguna clase para imponerse a sus rivales. Y si algo debe quedar muy claro es que los New England Patriots son un extraordinario equipo que no necesita de trampas para salir avante en un partido.
Partiendo de esa premisa, resulta inexplicable el escándalo de los balones desinflados… bueno, inexplicable pero no sorpresivo; las manchas en el historial de Bill Belichick, head coach de los Pats, no son algo nuevo.
En la temporada 2007, la NFL multó al entrenador por enviar a un asistente a videograbar la banca de los New York Jets para robarles las señales defensivas. Belichick aceptó la responsabilidad del caso y las multas que le fueron impuestas, pero aseguró (tal como también lo decidió la NFL) que esto no fue un factor determinante en el resultado final del partido, un triunfo de los Patriots por 38-14. La liga multó con 500 mil dólares al entrenador y con 250 mil a la organización.
Además, es conocida la reputación que tiene de usar artimañas no ilegales para sacar ventaja, como colocar al quarterback Tom Brady constantemente en la lista de lesionados y contratar a exjugadores del rival días antes de un partido para luego prescindir de ellos.
Con todos esos antecedentes, es imposible no pensar mal, especialmente cuando Belichick tiró por delante a su más fiel escudero cuando fue cuestionado sobre el uso de once balones inflados de forma inadecuada durante la primera mitad del partido que sostuvieron frente a los Indianápolis Colts en la final de la AFC: “Yo me sorprendí al enterarme… es Tom a quien pueden preguntar sobre sus preferencias sobre los balones”, afirmó sin rubor alguno.
Las sospechas y controversia se multiplican por la tibieza que ha mostrado el comisionado Roger Goodell, personaje que manejó de la peor forma los casos de Ray Rice (acusado de violencia doméstica) y Adrian Peterson (acusado de abuso infantil) siendo muy cuestionado al grado de poner en riesgo su puesto, mismo que fue salvado en buena medida gracias al espaldarazo del dueño de los New England Patriots, Robert Kraft, uno de sus más entrañables amigos.
Como se ha mencionado en distintos medios de comunicación, es probable que los Pats hubieran ganado usando balones comunes; después de todo, la segunda mitad se jugó así y New England anotó 28 puntos sin respuesta. Pero eso no excusa las faltas al reglamento. El “de todos modos” no existe; o hay trampa o no la hay. En la que se supone la liga mejor organizada de los Estados Unidos, no se espera otra cosa sino la aplicación cabal del reglamento.
Si los New England Patriots ganan el Super Bowl, cargarán con un anillo cuyo brillo no será deslumbrante, sino opaco y con el hedor de la sospecha aun si existe un castigo posterior, algo injusto para una leyenda viviente como Tom Brady. Sólo por ese motivo, parece que lo más conveniente para la NFL y su credibilidad será que los Seahawks se impongan el próximo domingo.
Por más lavado de imagen que los Patriots puedan hacer, su fama de tramposos no desaparecerá con facilidad. El mote de “Cheatriots” ha retomado fuerza entre una fanaticada que no perdona, y menos si se trata de un equipo muy exitoso pero con antecedentes bastante cuestionables.