Por: Roberto Quintanar
Las facciones de Razija Mujanovic distan de ser delicadas. Su rostro de guerrera refleja una personalidad que la catapultó de una pequeña ciudad bosnia al estrellato internacional gracias a un talento que se sumaba a sus facultades físicas para llegar a ser la mejor jugadora de baloncesto en Europa.
Extraordinaria atleta, Razija alcanzó ese honor en tres ocasiones: 1991, 1994 y 1995, siendo ese último año uno lleno de sabores agridulces para la jugadora que debutara en el equipo Jedinstvo Aida de Tuzla, su provincia natal.
Mientras Mujanovic tocaba el cielo con su juego, la tierra que le vio nacer se manchaba de sangre. Ocurrió el día 25 de mayo de 1995, cuando las hostilidades en los balcanes estaban por llegar a su fin. Un grupo de jóvenes, todos civiles, se había reunido en Kapija, pueblo situado a unos cuantos kilómetros del centro de la ciudad.
Una fracción del Ejército Bosnio, conocida como Armada de la República Srpska, abrió fuego contra los muchachos, casi todos en el rango entre los 17 y 25 años, y otras personas que se encontraban en el lugar, incluyendo un niño de apenas 24 meses. El arma utilizada fue una M-46 de artillería de 130 mm. El saldo fue de 71 personas muertas y 200 heridas.
El olor a sangre que bañó los Balcanes durante aquella irracional guerra alcanzó la ciudad amada por la basquetbolista europea del momento. Lejos de ahí, ella enamoraba a propios y extraños dentro de las duelas, distante entonces a cualquier ideología política (por lo menos de forma pública)… pero una parte de ella guardaba un dolor silencioso por aquella fatídica tarde.
Un mes después del final de la Guerra de Bosnia, en enero de 1996, Razija Mujanovic ganó el premio a mejor jugadora del año anterior. Tuzla pudo celebrar a su hija pródiga cuando los disparos habían cesado, pequeño consuelo para ese suelo que apenas unos días antes se había manchado con la sangre de 71 inocentes.
En 2009, Novak Dukic, quien fuera oficial de la Armada de la República Srpska, fue hallado culpable de crimen de guerra y condenado a 25 años de prisión, siendo el castigo más importante que se ha impuesto a alguien tras la Masacre de Tuzla.