Nada mejor que un sorteo de Champions para entender el panorama del fútbol mundial. Cuatro alemanes, tres españoles, tres ingleses, dos franceses, un suizo, un portugués, un ucraniano y la Juventus, que ni siquiera enfrentando a un caduco Dortmund, parece favorita. Este equipo todopoderoso en Italia, representa en los octavos de Champions a una civilización en ruinas. El único que sobrevive a la destrucción del Calcio es Pirlo.
A sus treinta y cinco años sigue encarnando el renacimiento. El último revolucionario azzurri escapó de las cavernas, denunció al catenaccio. Con barba tupida, melena provenzal y facha de vagabundo, Pirlo se entregó al talento, desmanteló el sistema y buscó un método que a partir de la gallardía, ofreciera un juego inaudito para los italianos. Abandonó la trinchera y pretendió la belleza. Fue en busca del reconocimiento de la academia que hasta entonces, le discutía a su selección cuatro Copas del Mundo ganadas en defensa propia.
Alrededor de un futbolista bohemio, Italia emprendió un movimiento. El problema es que nadie le ha seguido. Como Roberto Baggio y Alessandro Del Piero, carga la condena del solitario. Lo único bueno del Calcio en los últimos años pasa por el lienzo de Pirlo. Mientras más viejo se vuelve, mejor juega. Tiene un pacto con su época. El tiempo respeta a Pirlo y Pirlo pinta en el campo un cuadro a través del tiempo. Es un paisajista. Desde su mirada particular sedujo extraños, pero nunca convenció a propios. Los nacionalistas del imperial futbol italiano, cínico y sin vergüenza, siempre desconfiaron de Pirlo. Como a Da Vinci, le escatimaron elogios, le vigilaron el sueldo.
Dentro de esta Italia decadente Pirlo será enterrado como artesano, fuera de ella, será velado con los genios. La Champions no extraña a equipos italianos, desde los escombros o montados en caballos negros, algún día volverán. A Pirlo en cambio, lo vamos a necesitar.