Aquella noche del 8 de julio en la que Alemania destrozó el orgullo brasileño en el imborrable Mineirazo, Neymar durmió muy poco. Era difícil procesar una derrota por siete goles a uno sin sentir el elixir de la frustración y la impotencia de no haber podido acompañar a los suyos por una lesión de espalda. Por más que intentaba entregarse a los sueños de Morfeo, Müller aparecía una y otra vez con el ceño fruncido, abriendo la boca tan grande como una manzana, y sacando de lo más profundo de su grave voz un gol que se repetiría seis veces más a los largo de los noventa minutos.
Si Neymar perdió la batalla frente al insomnio la noche posterior a esa semifinal maldita, Messi, pocos días después, no se quedó atrás. El villano no era Müller, sino Götze, que aparecía en cámara lenta matando el balón de pecho dentro del área y definiendo con pierna derecha en el segundo tiempo extra de la final. Messi lograba borrar, por momentos, la imagen del pequeño alemán, pero no la sonrisa de Angela Merkel en el palco, ni el sonido de las gargantas aguardientosas de los germanos, ni el abrazo eufórico de sus oponentes, ni mucho menos el festejo alemán, con burla incluida hacia los argentinos, frente a cientos de miles de aficionados que se habían congregado en Berlín para recibir a los campeones.
Aunque Messi y Neymar lograron con el tiempo desvanecer esos crueles recuerdos, no fue hasta este martes que sintieron alivio. La sensación de paz no llegó jugando y venciendo a Alemania con sus respectivas selecciones, sino juntos, mostrando una conexión única en la delantera, jugando para un Barcelona muy superior al Bayern Munich en los 180 minutos de la semifinal de la Champions League.
Esas son las paradojas del futbol. Götze y Müller sucumbieron ante la magia de Messi y Neymar. Sintieron el dolor y los escalofríos que producen las eliminaciones de un torneo que, si bien no es la Copa del Mundo, si es el torneo a nivel clubes más importante que existe.
Magia es la definición del futbol que hizo Messi frente al Bayern en la ida. Talento es lo que demostró Neymar en la vuelta. Los dos fueron los protagonistas de la eliminatoria. Ambos calmaron a la bestia, esa que a veces aparece vestida de humillación y que no se va hasta que llega la venganza acompañada de una victoria que sabe a champán, a final de Champions, a Orejona.
Messi marcó dos tantos en la ida que maravillaron al mundo. Neymar otros que por momentos silenciaron el Allianz Arena. La eliminatoria parecía controlada hasta la segunda mitad, cuando el Bayern, herido en el orgullo, sacó lo alemán que lleva dentro e intentó la heroica, la que había muerto en los pies de Messi y Neymar. El argentino y el brasileño, ya no recuerdan a qué sabe el elixir de la frustración.