Por: Roberto Quintanar
El rostro de Gustavo Matosas trataba de ocultar una fuerte tensión. Nadie mejor que él sabía que este Clásico Joven era mucho más que tres unidades no únicamente por las trascendencia conllevada por un encuentro de este calibre.
Se sabe que las altas expectativas puestas sobre el timonel uruguayo no han sido, ni por asomo, correspondidas con lo que se ve en la cancha. La resurrección que urgía al sudamericano era en sábado. No podía esperar al domingo consagrado por ese nombre según la tradición católica. El inclemente y certero cabezazo de Oribe permitió al charrúa ese descanso que seguramente no podía tener desde hacía tiempo… por lo menos momentáneamente, los bonos de Gustavo revivieron.
Sin embargo, América no fue un coloso en la prueba. Los destellos y el talento de sus atacantes permitieron a los de Coapa salir con los brazos en alto de un duelo en el que su fragilidad defensiva fue evidenciada mas no castigada por un Cruz Azul que parece una serpiente agresiva y veloz sin colmillos.
La gloria americanista de este sábado tuvo por lo menos el 50% de su base en las carencias cementeras de cara al arco, renglón en el que los de La Noria padecen desde el inicio del torneo pese a ser la línea en donde más dinero desembolsaron. Por ese motivo, Matosas puede descansar un poco… aunque no sentirse tranquilo.
La penitencia celeste dio vida a un hombre a quien se cuestiona constantemente pese a tener al América entre los primeros puestos. No es para menos; pese a la resurrección, las formas siguen siendo el arma principal para sus detractores. El Ferrari es todavía un automóvil sin ensamblar.