Con casi 120 años de retraso, Real Madrid y Barcelona llegan a ese partido que nunca han jugado. Una final de Champions entre ambos, llevará su rivalidad a una nueva dimensión. Del resultado se hablaría cien años más. Así que estamos frente a uno de esos escenarios que dividen épocas: los dos mejores equipos del mundo, quizá de la historia, jugándose a un partido buena parte de su herencia a futuras generaciones. Para el Madrid, vencer al Barça, propiedad intelectual de Messi, en una Final de Champions significaría una señal de poderío perpetuo. Ganar once Copas de Europa, la última contra el rival perfecto que alinea con el jugador perfecto, daría el título casi en propiedad a un club cuya gran leyenda se construyó en Europa extendiéndose desde allí a todos lados. Para el Barça, vencer al Madrid, que lleva los últimos años persiguiéndolo y reconstruyéndose sobre la marcha sin una sola piedra de cantera, confirmaría el modelo de organización azulgrana como el gran triunfador de nuestra era sin ninguna discusión. Los retazos de la derrota dejarían a cualquiera de las instituciones muy expuestas, no sólo a sus equipos de futbol. Porque se trata de dos clubes, los más ricos, famosos y populares, que llegaron al mismo sitio, la cima del futbol, por caminos muy distintos. Una final de Champions entre Madrid y Barça, no sólo enfrenta al Madrid y al Barça. De uno y otro lado se van a formar ideales deportivos, económicos, sociales, políticos y humanos, de todo el mundo.