Por: Miguel Ángel Caballero
El gol de Maradona fue elegido por la FIFA, ante una votación a nivel mundial, como el gol más importante de todos los tiempos. “Le decía Galeano a Víctor Hugo Morales, el mismo narrador que bautizó a Diego como el barrilete cósmico, después de aquella proeza frente a los ingleses”. Evoco eso por la historia de un niño colombiano, de entre once o doce años que queda ciego tras el gol en donde Maradona eludía al imperio británico y a la misma reina. Pasa el tiempo, el niño crece y sigue siendo ciego, y sus amigos son ahora quienes le cuentan los goles que ya no puede ver. Ahora los imagina y los ve de mejor manera que todos nosotros, los ve con los ojos del alma.
Genio de las letras, nacido en Montevideo, Uruguay, un 3 de septiembre de 1940, Eduardo Germán María Hughes Galeano se ha caracterizado por ser, más allá de un excelente periodista y escritor, como un tipo distintamente, ocurrente y flagrante protector de la palabra hablada, incluso, por encima de la escrita. Un atento y cabal opositor de las ideologías impuestas, obrero, pintor, dibujante, mecanógrafo, cajero de banco y, por encima de todo, un futbolista de buen nivel, muy buen nivel, pero solo mientras dormía.
A lo largo de su carrera como escritor, Galeano contribuyó a formar y dar un color especial a todas las vertientes literarias a través de libros como Memoria del fuego (1986) o Las venas abiertas de América Latina (1971), texto que escribió once veces, obras que han sido traducidas a más de veinte idiomas y que por su afán perfeccionista, y aún con décadas de antigüedad, siguen siendo un parámetro de la actualidad en Latinoamérica y el mundo.
La narración, la crónica, la poesía o el ensayo, han sido fraguadas por este incesante buscador de la utopía, misma a la que, más allá de describirla por lo que es, la ha descrito perfectamente por lo que sirve: “Ella está en el horizonte, me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos, camino diez pasos, y el horizonte se corre diez pasos para allá; por mucho que yo camine, nunca la alcanzará. Y entonces, ¿para qué sirve la utopía? Precisamente para eso, para caminar”.
La literatura de Galeano incluye una enseñanza y no una verdad, habla de la libertad de medios, de la oxigenación y el respiro de la información. En uno de sus viajes alrededor del mundo, platicando con un par de pescadores colombianos, aprendió un término inventado por ellos mismos y que, ahora mismo, representa una ideología de vida para el uruguayo: “Es una palabra que me abrió el camino, el mismo camino que iba a recorrer escribiendo y también hablando, una palabra que sirve para definir al lenguaje que dice la verdad, “Sentipensante””, y yo me quedé callado, me explicaba que era una persona que sentía y pensaba a la vez, y le contestó que lo entendía perfectamente, que dice con el corazón y con la razón. Y yo quiero escribir en un estilo “sentipensante” y hablar también “sentipensantemente”, sin divorciar la cabeza del cuerpo ni la emoción de la razón?.
El gusto de Eduardo por el futbol no es, por decirlo de alguna forma, un gusto furtivo. Como una gran mayoría, en algún momento de la vida, soñó con ser futbolista; sin embargo, él había nacido para otras cosas, no para maravillar al mundo a través del juego de la pelota, un juego al que, cada vez que le es posible, le rinde un pequeño homenaje. El amor por el futbol no es impedimento para hablar francamente de lo que, a ojos del escritor, es ahora mismo este deporte.
La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un futbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohibe la osadía. Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que se sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad. [El futbol a sol y sombra -1995].
La carrera de Galeano ha alcanzado un elixir literario y filosófico, ha esquivado los poderes del narcisismo, un vicio al que cataloga como una cosa aburrida, e intenta abrir los ojos a la juventud, su principal motor, ante la podredumbre mediática de los Rupert Murdoch, del uso del petróleo como arma de extorsión y chantaje de los ricos a los pobres y de los fuertes a los débiles, como un defensor a ultranza del fútbol irreverente por encima del negocio, el futbol de barrio, del que levanta al público de la grada y le obliga a aplaudir.
Además de no tener el mínimo desperdicio, las palabras de Eduardo procuran y cuidan de ser evocadas y dirigidas a un sector en especial, un público al que él considera diferente y precursor: los jóvenes. Y es causalidad, no casualidad, que lugar en donde el uruguayo se presenta, que no es tan seguido, se aparezcan esos ‘descarados’, como él los llama, que no solo se salen del libreto por el futbol, sino por la vida misma, esos descarados que van y hablan, exigen, piden y deciden a favor de la sociedad, los mismos que hoy compiten ante la gigante maquinaria política, no solo de Latinoamérica, sino de todo el mundo, aquellos que se aparcan en una idea y la defienden a través del argumento de la palabra dicha, no de la escrita; un fiel aprendizaje, y ahora enseñanza, de un estoico y agradable enemigo de los contratos, como lo es Eduardo: “Yo te doy mi palabra y, dándote mi palabra, me doy”.