Por: Pablo Salas
Eran tiempos complicados para el fútbol mexicano. La escasez de talento mermaba considerablemente el espectáculo sumergiendo a todos los involucrados en partidos faltos de lucidez; aquello se había convertido, en su mayoría, en un deporte de trogloditas con poca claridad a la hora de la creación futbolística.
Los dioses, preocupados por tal situación, se reunieron inmediatamente consternados con la ausencia de magia en las canchas, decidiendo actuar desde las alturas. Ya había pasado mucho tiempo desde su última intervención. Sucedió en tiempos ancestrales, con el majestuoso juego de pelota; sin duda era justa y necesaria su intromisión. El deporte más hermoso del mundo, creado por deidades (por si alguien lo dudaba), sucumbía a los estragos del conformismo, debiendo ser restaurado de inmediato. La predicción estaba hecha: los ancianos de las aldeas se encargaron de pregonar a los más jóvenes aquel gratificante auguro, esperando así con cierta ansia la llegada del “elegido”.
Según la leyenda, este prodigio inmaculado tendría virtudes inconmensurables y llenaría los estadios con actos de hechicería nunca vistos; al ser descendiente de los dioses, su personalidad y liderazgo lo llevarían al éxito. Se rumoraba incluso que tendría la capacidad de manejar ambas piernas como sí fueran sus manos, consiguiendo ser un privilegio el verle patear el balón, disfrutando de la exactitud en sus trazos y golpeos al arco. Él sería enviado a la Tierra como un profeta del fútbol. Su misión era manifestar, con suma exquisitez, la importancia de la inteligencia, precisión, disciplina y calidad a la hora de jugar al balompié.
Fue entonces, un 11 de diciembre de 1960, que la profecía se cumplió: llegando al mundo, Benjamín Galindo Marentes, el tan esperado “Mesías” del futbol mexicano. Un niño que sin saberlo, tenía su destino inscrito en el firmamento mucho antes de haber nacido. El tiempo pasó… el mundo siguió su curso y, por supuesto, la pelota continuó rodando hasta que el 16 de octubre de 1979, por fin, enfundado en los colores del Club Deportivo Tampico, se pudo apreciar a un fresco Benjamín debutando en la primera división, regalándonos ya un poco de los destellos que a la postre lo convertirían en el “maestro Galindo”, ídolo y figura del fútbol mexicano.
“El Negro”, como también fue conocido en sus inicios, formó parte del equipo Tampico Madero (1982-86), siendo éste su segundo equipo, donde logra consolidarse, encaminándose hacia una carrera muy exitosa. Fue en 1986, cuando llega al Club Deportivo Guadalajara, el año en que dio cátedra de cómo jugar este deporte. Incluso logró en su primer año como Chiva ser pieza fundamental para la obtención del campeonato 86-87. Muy pronto fuimos asombrados por la forma en la que ejecutaba los tiros desde el punto penal; con ese toque magistral, a veces perfilado de derecha y a veces de izquierda, totalmente efectivo, dejando con pocas opciones a los arqueros en esas batallas mano a mano.
Formó parte de las filas del “rebaño sagrado” hasta 1994, ya que para esas fechas, el club Santos Laguna decidió invertir en la compra de un grande, con la ilusión de poder armar un equipo competitivo, siendo Galindo el mariscal de campo que guiaría a sus compañeros a conseguir el título del Invierno 1996. En la comarca lagunera regaló tardes inolvidables; con su categoría hizo vibrar al Estadio Corona en infinidad de ocasiones, sus pases eran la punta de lanza del ataque verdiblanco, siendo una aduana complicadísima para los demás equipos.
Para Benjamín, llegaría un reto importante en 1997, cuando pasó a las filas de un equipo importante, con gran tradición en la capital del país; Cruz Azul, un club obligado a dar espectáculo, salir a proponer y gustar a la tribuna. El “maestro” fue un regalo para los seguidores celestes. Conocedores de su técnica individual, la directiva cementera confió en el talento de Galindo para liderar el medio campo de la máquina celeste. La contratación rindió frutos de manera casi inmediata. Fue en ese mismo 1997, en el torneo de invierno, cuando Cruz Azul obtiene el campeonato frente al León, siendo obligatorio mencionar que justamente un gol con el sello de la casa (penal) de Benjamín Galindo dio ventaja a los cementeros en el partido de ida.
En 1999, el Pachuca, obedeciendo a la historia y a modo de un amuleto de la suerte, adquiere los derechos federativos de este mago de las canchas, logrando, ese mismo año su primer título en la máxima categoría. De esta forma, Galindo se convirtió en el primer futbolista en conseguir coronarse en cuatro diferentes equipos en en la liga mexicana. Para el año 2000 regresaría a las Chivas del Guadalajara, quienes a manera de homenaje le dieron cabida al jugador, permitiéndole así retirarse a sus 41 años como futbolista profesional en el año 2001.
Benjamín también fue parte de la selección mexicana; participó en la Copa América de Ecuador 93’, así como en el Mundial de Estados Unidos 94’, llevando su clase a torneos internacionales y dejando muy en claro que ese toque fino sería la huella de calidad que enmarcaría el medio campo del equipo tricolor durante su paso por las convocatorias nacionales.
Tuvo la dicha de jugar en cuatro décadas distintas. Desde 1979 hasta el 2001 acumuló 700 partidos, siendo el segundo jugador con más partidos en toda la historia de nuestro fútbol. Su cuota goleadora fue de 150 tantos.
A la fecha, este ilustre personaje de la pelota mexicana es un entrenador reconocido y ganador, siendo campeón desde el banquillo con Santos Laguna en el torneo Clausura 2012. Pero no podemos olvidar su paso como estratega en Guadalajara, Cruz Azul y Atlas, desarrollando una destacada y promisoria carrera como director técnico.
Actualmente, el mito continúa cosechando éxitos, siempre brindándose con profesionalismo y dedicación, obligándonos a dejar sin concluir esta gloriosa leyenda, en la que deberá recordársele como un virtuoso del balompié, capaz de manejar el esférico como un dios, ocupando una posición privilegiada en los almanaques de la historia, siendo aquel “elegido” que vino a darnos alegrías con una muestra de fútbol mágico y sublime.