Por: Roberto Quintanar
La bonanza no siempre ha acompañado al deporte automotor de nuestro país. El automovilismo mexicano de los años noventa se mantuvo con vida en buena medida gracias a un hombre que competía en uno de los seriales más prestigiosos de los Estados Unidos: Adrián Fernández.
Gracias a las transmisiones televisivas de la Serie CART, el público mexicano volvió a sentir identificación con un piloto más allá de lo que ocurría en la Fórmula 1. Adrián hizo que patrocinadores y aficionados voltearan la vista a un serial que en un principio sentían ajeno.
El camino del capitalino no fue sencillo. Tras haber corrido en Indy Lights, Adrián ocupó un asiento en CART en 1993 con el equipo Galles, y no logró su primera victoria hasta 1996, cuando pertenecía a la escudería Tasman. Aquel triunfo, en el Gran Premio de Toronto, estuvo empañada por la muerte de Jeff Krosnoff, incidente que obligó a interrumpir la carrera mientras el mexicano ocupaba el primer lugar.
Tres años después, en circunstancias completamente diferentes, Fernández vivió nuevamente una amarga victoria en el circuito de Fontana. Pero esta vez, el dolor fue mayor para el piloto mexicano.
En 1999, Greg Moore había pasado de ser una joven promesa del automovilismo canadiense a una realidad. Corriendo para el equipo Forsythe, había impresionado a propios y extraños por su capacidad como piloto. Debido a la falta de competitividad de su equipo durante ese año, que había iniciado bien y con posibilidades de campeonato que se fueron diluyendo entre problemas mecánicos, el muchacho de 24 años ya era tentado por escuderías de mayor peso en el serial.
El equipo que lo sedujo fue Penske, uno de los más poderosos de CART. Greg estaba entusiasmado con el año venidero, pero nunca dejó de buscar dar buenos resultados a Forsythe a pesar de tener uno de los automóviles más débiles.
Pero Moore era algo más que un buen piloto. Su personalidad y jovialidad lo hicieron tender lazos de amistad con todos sus compañeros, incluyendo a los mexicanos Adrián Fernández y Michel Jourdain Jr.
La última carrera del campeonato de 1999 fue en el circuito de Fontana el día 31 de octubre. Para Greg, la calificación fue un suplicio, pues un pequeño accidente le había causado una lesión en la mano. Aunque Forsythe contrató al brasileño Roberto Moreno como suplente, Moore pasó la revisión médica y fue autorizado para correr.
Moore y Jourdain compartieron la última fila en la parrilla de salida. Antes del calentamiento, el canadiense dio al mexicano un abrazo inusualmente fuerte. “Era como si presintiera lo que estaba por pasar”, comentó en alguna entrevista el mexicano. “Él estaba viviendo esa última carrera al extremo. Yo tuve que dejarlo pasar porque estaba corriendo demasiado rápido”, agregó.
En la novena vuelta, Greg perdió el control de su auto a más de 200 kilómetros por hora y se estrelló contra el muro de contención. Sus heridas fueron fatales. Apenas unos minutos después del choque, fue trasladado al hospital de la Universidad de Loma Linda, donde fue declarado muerto.
Sin conocer la gravedad de lo ocurrido, los otros pilotos continuaron con la carrera. Adrián Fernández, que había arrancado en el puesto 13, firmó una de las actuaciones más memorables de su carrera al remontar posiciones y usar una buena estrategia de combustible, que fue decisiva para terminar venciendo a Max Papis en la última vuelta. Pero la euforia del mexicano fue muy corta… apenas unos minutos después del final de la carrera, las autoridades de CART dieron a conocer la muerte de Greg Moore.
Adrián no celebró. “Es demasiado difícil. Greg era un muy buen amigo y compartimos buenos momentos dentro y fuera de la pista. Es una tragedia para todos nosotros. La victoria ya no significa nada”, comentó en la conferencia de prensa posterior a la carrera visiblemente afectado. A su lado, Max Papis lloraba desconsoladamente.
Fue quizá la mejor carrera de Fernández en CART… y sin embargo, no pudo disfrutarlo. Por segunda vez, la tragedia lo acompañó en un triunfo.