Por: Roberto Quintanar
La justicia llegó a la poesía musical de Rodolfo Páez bien entrados los años noventa a pesar de que ya tenía tiempo picando piedra con la prosa metafórica de una obra que es considerada como una de las más grandes en la música argentina. Fue en esa década cuando los cortes más exitosos del rosarino le abrieron las puertas del éxito masivo tanto en su país como más allá de éste, algo que merecía desde mucho tiempo atrás.
Esas mieles del éxito llegaron en 1992 con El amor después del amor, uno de los discos más vendidos en la historia de la Argentina. Dos años más tarde, Circo Beat regaló al colectivo una canción que se convertiría en el sello internacional de Fito: Mariposa Tecknicolor.
Todas las mañanas que viví, todas las calles donde me escondí.
El encantamiento de un amor, el sacrificio de mis madres, los zapatos de charol.
Los domingos en el club, salvo que Cristo sigue allí en la cruz.
Las columnas de la catedral y la tribuna grita '¡gol!' el lunes por la capital.
No podía ser de otra forma. El futbol tenía que estar presente en el tema que una y otra vez se escuchó en las estaciones de radio y cuyo video se proyectó constantemente en las pantallas de MTV, trayendo como consecuencia que también fuese replicado en la televisión abierta de México; fue gracias a Mariposa que Fito entró de lleno en el mercado azteca.
Páez plasmó muchas de sus vivencias rosarinas en Circo Beat. Y entre esas vivencias estaba su pasión por el balompié y su querido Rosario Central, equipo que también ha sido el amor de personalidades del calibre de Ernesto “Che” Guevara.
“Fui muchas veces a la cancha de Newell's antes de ir a la de Central, pero el día que pisé la cancha de Central, que fui a la platea, recuerdo la sensación de… intransferible, realmente”, rememora el músico moviendo las manos para tratar de dar otra dimensión emotiva a su discurso e intentando explicar eso que no se puede explicar. “Fue de 'acá estoy cómodo; este es mi lugar, es mi equipo'. Cálido… cálido”.
Sin embargo, esa pasión fue quizá, junto con el natural paso del tiempo, algo que enfrió su amistad con Gerardo “Tata” Martino, quien fue uno de sus compañeros de colegio. Mientras Páez era un canalla consumado, Martino entregó su carrera a Newell's Old Boys. “Fito se ocupaba de la música en los bailes”, rememora con nostalgia el estratega del seleccionado argentino.
A Páez se le solía ver muy a menudo en el Gigante de Arroyito, ya fuera con su familia o con su amigo Roberto Fontanarrosa. Ahí, su corazón palpitaba al ritmo de los cantos y aquella voz que puso a sus partituras en el ya lejano 1999:
Ahí voy, llegando a ningún lugar.
Ahí voy, yo sigo al remango.
Ahí voy, canalla de corazón.
Uno de los episodios más rememorados por el hincha argentino es aquel en que Fito y Andrés Calamaro cantaron a Diego Maradona Salud, dinero y amor (tema de Los Rodríguez, entonces banda de Andrés) en plena concentración. Sin embargo, Páez también ha sido duro con el “Pelusa”. Alguna vez, cuestionado sobre Diego, entonces entrenador de la albiceleste, el músico rosarino tuvo estas palabras: “No quiero hacer lo que hace él que es opinar de cualquier cosa. Después está que te gusten sus formas, sus técnicas o sus maneras de vincularse con el medio. Puedes estar o no estar de acuerdo”.
El paso del tiempo ha alejado un poco a Fito Páez del Gigante de Arroyito. Pero la pasión por el futbol y su querido Rosario Central serán tan eternas como su lírica, a veces injustamente criticada por supuestas voces contestatarias. Es el hombre del Circo Beat, un tipo cuya vida ha sido marcada por el éxito y la desdicha, por el balón y los gritos de gol de un lunes en la capital.
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