Por: Juskani Cabello
Era un viernes festivo, 1 de mayo de 2009, un día antes del Clásico frente al Real Madrid. Guardiola sabía el compromiso que tenía en puerta, no podía fallar ante el rival odiado, así que trabajó durante el entrenamiento para mentalizar a sus futbolistas. “Queremos ser campeones, ¿no es cierto?”, fueron las palabras que Pep dijo días previos al encuentro.
Domènec Torrent y Carles Planchart se habían dedicado a estudiar los movimientos del rival como era costumbre. Seleccionaron una serie de vídeos con jugadas y espacios que concedía el rival para que Guardiola los analizara esa misma noche en su oficina en la Ciudad Deportiva de Barcelona.
Pep caminó pensativo a su despacho, consciente de que su equipo era líder a falta de cinco jornadas de La Liga, pero que estaba a tan solo cuatro puntos de distancia del Real Madrid, que en ese momento era segundo de la general. El catalán se encerró en su guarida, puso música suave y comenzó a analizar el material para encontrar una solución al problema: ¿por dónde penetrar al rival?, ¿cómo generar mayor ataque y superioridad?, se preguntó una y otra vez, hasta que por un segundo llegó un halo que iluminó su mente: había encontrado la fórmula que acabaría con el Madrid.
Ese momento mágico reinó sobre él, justo cuando analizaba un juego anterior entre ambos equipos. Descubrió que Guti, Gago y Drenthe, mediocampistas blancos, ejercían mucha presión sobre Xavi y Touré, pero no iba acompañada de los defensas centrales, Metzelder y Cannavaro. El Real Madrid que acumulaba 17 jornadas sin perder en La Liga tenía un punto débil entre sus líneas. Una zona gigantesca que podría aprovechar Messi sin peligro alguno. Imaginó a Lio navegando en ese mar de aguas tranquilas cazando a sus presas.
Guardiola no soportó la idea de compartir su descubrimiento con Lio. Eran las 10 de la noche, no quedaba nadie en la Ciudad Deportiva, cuando Pep tomó el teléfono y llamó a Messi a su casa. “Leo, soy Pep, tengo algo importante, muy importante. Ven. Ahora. Ya.”, le dijo.
Media hora más tarde, Messi golpeó la puerta del despacho de Pep. El entrenador le mostró el video y detuvo la imagen en el hueco que había encontrado entre el mediocampo y la defensa blanca. “Leo, mañana en Madrid vas empezar en la banda, como siempre. Pero si te hago una indicación te vas a la espalda de los medicampistas y te mueves por esta zona que te acabo de enseñar. Cuando Xavi o Andrés se salten la línea y te pasen el balón, te vas directo a la portería”, profirió.
La noche del 2 de mayo llegó. El Santiago Bernabéu lucía espectacular. Los dos mejores equipos se jugaban la liga en 90 minutos. El árbitro dio el silbatazo inicial. No habían pasado ni 10 minutos cuando Pep soltó su bomba. Messi y Eto'o intercambiaron posiciones. El camerunés se fue a la banda y Lio ocupó la zona central del campo. Fue en ese momento que se empezó a escribir la historia en la que Josep Guardiola conseguiría su primer título como técnico blaugrana.
Ese fue el secreto entre ambos. Aquel 2 de mayo del 2009, el día en que el Barça aplastó 2-6 al Real Madrid en el Santiago Bernabéu. El día en que Messi se convirtió en falso 9, y Pep sonrió. Acabado el encuentro la mente de Guardiola dejó de pensar en La Liga, pues tres días después enfrentaría al Chelsea en Stamford Bridge, donde sucedería otro milagro. Pero esa es otra historia.