Su nombre es recordado por los aficionados noventeros más que por las generaciones actuales que apoyan al cuadro cementero, pero a partir de este día todos lo tendrán presente. Es Joaquín Moreno, un hombre que tendrá un paso fugaz por uno de los banquillos más calientes del balompié azteca.
Tal vez Joaquín no haya sido el más destacado de los jugadores de su generación… ni siquiera uno de los más mencionados por un público que en aquellos años reservaba su aprecio para tipos como Carlos Hermosillo, el joven Juan Francisco Palencia o luchadores como José Luis Sixtos o Guadalupe Castañeda… pero su regularidad y entrega fueron parte fundamental de una etapa en la que Cruz Azul vivió sus últimas grandes glorias, incluyendo aquel ya muy lejano título de liga en el Invierno 1997.
Si hay algo que caracterice a Moreno es su férrea disciplina. No es para menos. Al tiempo de pelear por un lugar en el primer equipo de Cruz Azul, Joaquín se “quemaba las pestañas” todas las noches sin poner como pretexto la falta de tiempo, pues estudiaba una carrera profesional en las aulas del Instituto Politécnico Nacional, una de las instituciones académicas de mayor prestigio y nivel que hay en el país.
Eso es lo que el otrora dueño del medio campo celeste ofrece a una escuadra necesitada de resultados: entrega y disciplina. Joaquín no será en su breve lapso un tipo que llame los reflectores. No será cuestionado como Sergio Bueno ni polémico como el principal candidato que se menciona en los medios de comunicación, Tomás Boy. Pero si algo puede dar a los cementeros el Ingeniero Moreno es lo que tanto ha hecho falta en la institución cementera: seriedad, congruencia y mucho trabajo.