Por Farid Barquet Climent
Esta noche los Pumas visitan al Querétaro, equipo que estuvo a muy poco de no participar en el torneo que hoy inicia, no por descender a la división inferior sino por el involucramiento de su dueño, Amado Yáñez —accionista mayoritario de la empresa propietaria del equipo, Oceanografía— en la probable comisión de diversos delitos, entre otros, fraude y operaciones con recursos de procedencia ilícita, o sea, lavado de dinero.
A pesar de que lo relevante esta noche es el espectáculo que brinden los jugadores de pumas y gallos blancos en la cancha, quiero aprovechar el debut del Querétaro en la competencia que hoy inicia para no dejar en el olvido el proceder de su anterior propietario, cuyos efectos legales aun continúan, y que deben servir para llamar la atención sobre la ausencia de controles patrimoniales efectivos y de una genuina inteligencia financiera para evitar la introducción de dinero ilegal en el futbol; para recordar que no se hace nada por colmar los vacíos regulatorios que convierten a los equipos en entidades idóneas para la defraudación; que algunos clubes, por la particular estructura societaria que guardan, escapan a la vigilancia de las autoridades hacendarias; que los desmanejos financieros como los de Yáñez dejan en la indefensión laboral absoluta a los futbolistas, pues su fuente de empleo se pone en riesgo sin que cuenten con protección alguna, toda vez que los clubes suelen conducirse en abierta violación a las normas de orden público en materia de trabajo y seguridad social.
El episodio por el que pasó el Querétaro durante el torneo inmediato anterior es un buen ejemplo de la conclusión a la que ha llegado el economista peruano Iván Alonso, según la cual “no es posible afirmar a priori que la sociedad anónima con fines de lucro (como lo son la mayoría de los equipos en México y, por supuesto, el Querétaro) sea una forma de organización superior para la actividad futbolística”[1], pues además existe evidencia de que “la mayoría de los grandes equipos en las ligas más competitivas del mundo no pertenecen a sociedades anónimas con fines de lucro”[2], como lo demuestran, por ejemplo, las experiencias del Barcelona y el Real Madrid.
No se trata de un problema que ataña exclusivamente al mundo del futbol, sino que tiene implicaciones serias para la detección y aseguramiento del dinero criminal que circula en la economía, más en un contexto como el que ofrece el presente mexicano, pues de acuerdo con Edgardo Buscaglia, “la delincuencia organizada crece y se alimenta de las fallas regulatorias de los Estados”[3]. Al respecto no debemos olvidar las palabras del periodista italiano Roberto Saviano, quien sostiene que “seguir el dinero (ilícito) sigue siendo la (tarea) más difícil de realizar para los investigadores. Es culpa de leyes e instrumentos inadecuados, de extensas complicidades, de una sensibilidad y, por ende, de una presión pública insuficientes sobre el asunto”[4].
Debemos impedir que los clubes de futbol se vuelvan blancos para el blanqueo de dinero, que se conviertan en engranajes de la maquinaria que pone a funcionar el fenómeno delincuencial que ha azotado al país en los últimos años y que no sólo tiene que ver con hechos de sangre y violencia, sino también con la infiltración de la economía ilegal en la legal y con desaseos financieros.
Que el lodo se quede en la cancha y en los tachones de los jugadores, pero que no permeé ni mucho menos llegue hasta el cuello de la industria del futbol.
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[1] Alonso, Iván, “La conversión de los clubes de futbol en sociedades anónimas”, en Roemer, Andrés y Enrique Ghersi (comps.), ¿Por qué amamos el futbol? Un enfoque de política pública, Miguel Ángel Porrúa, México, 2008, p. 142.
[2] Idem, pp. 142-143.
[3] Buscaglia, Edgardo, Vacíos de poder en México. Cómo combatir la delincuencia organizada, Debate, México, 2013, p. 22.
[4] Saviano, Roberto, CeroCeroCero, Anagrama, Barcelona, 2014, p. 245.