El paso de la multitud es común cada fin de semana en los alrededores del Estadio Azteca, catedral del balompié mexicano. Quizá sean pocos los aficionados que reparen en la colosal estructura que como un gallardo y fiel guardián vigila los días y las noches del inmueble, casa del América y la Selección Mexicana.
No muchos lo conocen por su nombre: el Sol Rojo, estructura que salió del genio y la imaginación de un artista estadounidense originario de Pennsylvania. Este escultor se llamaba Alexander Calder.
Es probable que lo primero que venga a la mente del lector no familiarizado con Calder sean estructuras monumentales como la que adorna al Coloso de Santa Úrsula. No obstante, el corazón de su obra late al ritmo de los móviles, estructuras abstractas con piezas que se mueven al ritmo del viento (o de alguna otra fuerza) y que siguen el principio físico del equilibrio.
Calder, máximo representante de este tipo de escultura, tenía un aprecio especial por México, de tal forma que aceptó sin titubeos cuando el Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de 1968 le encomendó la tarea de levantar una estructura a las afueras del Estadio Azteca.
“Mi abuelo amaba a México y tenía una conexión a diferentes niveles. Cada vez que mi abuelo venía hacía coincidir sus visitas con eventos culturales y religiosos porque le gustaba todo el espíritu festivo“, expresó su nieto Alexander S.C. Rower en entrevista con Chilango. “Le encantaba la parte histórica pero también la contemporánea y en el México de los sesenta consideraba lo que sucedía aquí como un experimento social”.
Han pasado 47 años desde que Calder puso una huella indeleble en un recinto significativo para el balompié mundial. Este 2015, el arte de este genio vuelve a pisar tierras mexicanas.
Del 22 de marzo al 28 de junio, el Museo Jumex de la Ciudad de México alberga la exposición Calder: Derechos de la danza, en la que capitalinos y turistas podrán disfrutar parte de la obra del hombre que puso un sol a las afueras del Azteca.