Por: Raúl Cárdenas
A los 3 años su sueño era ser piloto de Fórmula 1. Quería igualar las grandes hazañas de sus ídolos, Piquet y Fittipaldi. Tal vez lo hubiera logrado como dos de sus compatriotas que se consagraron en el automovilismo, Senna y Massa, pero sus casi dos metros se hubieran visto excesivos en un pequeño vehículo. Su destino estaba en otro lado.
Desde pequeño sus padres le inculcaron el amor al deporte y el espíritu que éste conlleva. Compañerismo, humildad y compromiso se quedaron tatuados en su personalidad. Ahora Luis tenía que definir a qué jugaría. Lo inscribieron al Corinthians, uno de los clubes más representativos de Brasil, pero a él le seguía sin gustar el futbol. Fue hasta una tarde lluviosa en Sao Paulo que cambió su decisión.
Su padre le había comprado unos nuevos tenis, los cuales eran la sensación entre todos los niños de su edad. El pequeño Luis no quería usarlos para mantenerlos limpios y mucho menos iba a jugar en un lodazal. Su padre, José, se dio cuenta y lo obligó a entrar en aquella cancha. El chico, ya en el campo, seguía evitando la pelota y a sus compañeros, pero no pudo engañar a su papá, quien, ya molesto, lo amenazó con sacarlo para siempre del equipo y del futbol.
Resignado, Luis decidió arriesgar sus tenis y con una barrida metió su primer gol. Todo cambió. Por primera vez sintió la alegría de una anotación, esa dicha que lo acompañaría durante toda su carrera. Sintió también la felicidad de los espectadores al ver el balón en el fondo de la red. Descubrió esa sensación que había experimentado cuando acompañaba a su padre y todos los hinchas le pedían autógrafos a aquel viejo goleador del Santos y del América.
Luis Roberto siguió con Corinthians, pero al cumplir la mayoría de edad su carrera dio un giro. El América lo vio en un amistoso y se preguntó quién era ese delantero espigado con gran olfato goleador. Al saber la respuesta quedaron atónitos. Era, nada más y nada menos, que el hijo de su exdelantero José Alves, y además era mexicano. Sin pensarlo, lo compraron.
En Coapa Luis Roberto tenía la vara alta ya que el paso de su padre con las Águilas fue exitoso. Anotó102 goles con la casaca amarilla. Esta situación en vez de achicarlo, lo motivó.
Su forma de juego encajó perfecto con los azulcremas. Su 1.93 no le ayudó a cabecear porque su técnica no era buena, en cambio, su gran zancada le ayudó a dejar a sus rivales atrás como si se tratara de un corredor de 100 metros y meter fuertes disparos sin sentir la presión de los defensores.
Logró una ofensiva de miedo junto a diferentes compañeros en diferentes años, desde Antonio Carlos Santos, pasando por Carlos Hermosillo, hasta el joven Cuauhtémoc Blanco.
Después salió de América, estuvo un tiempo en Atlante y terminó su carrera en Necaxa. Defendió la playera de la Selección Mexicana, ganó dos Copas de Oro, jugó el Mundial de 94 y en un partido le metió siete goles a Martinica.
Al final logró superar a cientos de delanteros que han jugado en el América. Anotó 162 goles. Es el atacante que, vestido como azulcrema, le ha anotado más veces a sus tres grandes rivales: 14 a Pumas, 10 a Chivas y ocho a Cruz Azul. Y eso que Luis Roberto Alves “Zague” no quería ser futbolista.