Lo escribía esta semana John Carlin en El País. De Guardiola en Inglaterra no sólo se espera que revolucione el futbol del Manchester City, sino de toda la isla, en donde el futbol sigue siendo de “choque, de caóticas idas y venidas, de constantes pérdidas de balón, descerebrado y salvaje”, en contraste con el que predica Pep, un balompié geométrico, pausado, de posesión y ataque bautizado como tiki taka. Lo increíble es que a pesar de tener una de las ligas más trepidantes visualmente hablando, los británicos esperan con impaciencia la revolución de Guardiola, salvo un equipo, uno que lo deseó tanto como Romeo a Julieta y que ahora lo odia tanto como los mexicanos a Donald Trump.
Se llama Manchester United. Razones hay, no solo para odiar a Guardiola, sino para exigir el fichaje de Mourinho para hacer del clásico de la ciudad el espectáculo futbolístico más morboso de los cinco continentes. El catalán que no logró convencer a los bávaros con su refinado gusto por el futbol le ganó dos finales de Champions League al Man United. En la edición 2008-09 y en la 2010-11. Ahí nació el deseo por tenerlo. Hacerlo realidad surgió cuando Alex Ferguson comenzó la búsqueda de su sucesor. De Manchester a Nueva York. Ida y vuelta. Cenas. Comidas. Charlas de sobremesa, fueron necesarias para que el lobbying del United, a través del Sir, surtieran efecto.
La prensa inglesa aportó su granito. Portadas un día tras otro adornaban los puestos de periódicos con el sí de Guardiola. Sin embargo, un giro de tuercas como de película de bajo presupuesto de Hollywood cambió el destino de Guardiola hacia Munich. La ilusión debía guardarse en el baúl hasta nuevo aviso. Empolvado el cofre, con el Man United en crisis existencial producto de la incertidumbre que provocaba Van Gaal con el juego del equipo, y con el Bayern anunciando a Ancelotti como nuevo técnico a partir del verano y por ende el adiós del catalán, la caja de ilusiones diabólicas se volvió a abrir, pero ahora con el rival odiado entrometiéndose en el camino.
Guardiola, en silencio, deshojando la margarita del romanticismo, recibiendo mensajes de Txiki en la oscuridad de Munich, leyendo los deseos del Man United, soñando con la mandíbula de Ferguson mascando chicle denotando desesperación emocional, golpeándose el pecho en estado bipolar, se decidió por el rico, provocando la ira del histórico Teatro de los Sueños y validando el fichaje de su antagonista.
Si es certero el refrán del odio nace el amor, entre Guardiola y el Manchester United fue al revés. Del amor nació el odio. Y el odio sólo puede contrarrestarse con más odio, o sea con Mourinho. ¿Quién gana? la Premier, el aficionado, y el morboso como un servidor que espera ver una vez más la rivalidad Pep-Mourinho pero esta vez con el aliciente de que Guardiola debe acertar con una nueva estrategia para probar la revolución futbolística del siglo XXI.
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