Por: Ángel Armando Castellanos
Mientras Andre-Pierre Gignac y los Libres y Lokos celebran, Francia llora. Llora por la jornada más violenta que se recuerde en mucho tiempo. Llora porque el viernes 13 resultó ser fatídico para muchas familias. Llora porque desde el arranque fue maldito.
Nadie lo imaginaba. Era un Francia vs Alemania. El partido de por sí tenía una historia dura: rivales clásicos en Europa. En el último Mundialm los galos quedaron fuera ante los germanos. Rivalidad deportiva y hasta ahí.
Los jugadores teutones estaban en el gimnasio. Su jornada transcurría en total normalidad. El hotel era sólo para ellos. A las dos de la tarde tiempo local les avisaron que tenían que salir. Había una amenaza de bomba en el inmueble. Lo hicieron.
Durante el partido en el Stade de France se escucharon explosiones. En uno de los palcos estaba François Hollande. El Presidente Francés tuvo que ser evacuado; había miedo de que algo pudiera ocurrirle. Con él no pasó nada.
En el restaurante Belle Equipe (centro de París) se registró un tiroteo. El gatillero portaba un arma de alto calibre. Varios muertos y heridos.
En un teatro se reportó el secuestro de 60 personas. La violencia azotando a la capital francesa.
Las puertas del Stade de France se cerraron. Nadie pudo salir. El público se refugió en el centro del campo. Había preocupación por nuevos atentados.
Al final lo menos importante son los goles. Adentro del estadio hubo celebraciones. Afuera, llanto, zozobra e impotencia. El viernes 13 maldijo a la capital francesa.