Por: Roberto Quintanar
Lo primero que pensamos al escuchar “Roland Garros” es en el torneo de tenis que año con año se celebra en la arcilla de París, capital de Francia. La cultura popular (a pesar de que el deporte blanco es una disciplina elitista) más allá de las fronteras francesas tiende a olvidar el origen del nombre que lleva uno de los cuatro campeonatos Grand Slam que se celebran cada año.
El cielo parisino, fiel testigo anual de los trucos mágicos que genios como Rafael Nada o Novak Djokovic hacen con sus raquetas, guarda en su memoria el sonido de los motores con los que hace un siglo volaba un hombre llamado Eugène Adrien Roland Georges Garros.
Desde muy joven, Garros mostró interés por la entonces todavía muy incipiente aviación, aunque al comienzo lo tomaba todavía como un pasatiempo. No fue sino hasta los 18 años cuando en verdad tomó a la aviación como una carrera en la que podía hacer una vida. Tras realizar sus estudios en la Escuela de Estudios Superiores de Comercio de París, Eugène inició volando monoplanos, aunque muy pronto cambió éstos por aviones motorizados.
Garros ganó fama en Europa al comenzar a competir en carreras y romper varios récords, como el vuelo de mayor altura (5,610 metros) en septiembre de 1911 y ser el primer piloto en atravesar el Mediterráneo, de Francia a Túnez, en 5 horas y 53 minutos. Cuentan las crónicas que lo consiguió a pesar de que su aeronave sufrió una falla durante el viaje.
Los viajes por diversión terminaron en 1914, cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Garros se vio obligado a prestar sus servicios en el Ejército de Francia, convirtiéndose en uno de los primeros pilotos de guerra en la historia.
Roland Garros fue protagonista de la primera batalla aérea de la que se tenga registro, cuando destruyó un zepelín alemán.
Tras esta experiencia, Garros se planteó una nueva forma de combate que le diera más ventaja. Por ese motivo, visitó la compañía que manufacturaba los aviones franceses, la Morane-Saulnier, y ayudó en el desarrollo de un sistema que disparaba balas a través de las hélices (antes se montaba un arma en la cabina, algo que era muy incómodo). En realidad, las municiones no se sincronizaban con las hélices del motor, simplemente eran detenidas por un blindaje implementado por el constructor.
Eugène cayó prisionero en abril de 1915 cuando, según cuentan los diarios franceses de la época, su avión se quedó sin combustible (los alemanes dicen que fue alcanzado por una ametralladora) y se vio forzado a aterrizar en territorio alemán. Ahí, el constructor holandés Anthony Fokker, quien manufacturaba los aviones para la fuerza aérea alemana luego de que su compañía fuese tomada por el gobierno de ese país, estudió el avión de Garros y mejoró su sistema de disparo sincronizando las balas con las hélices, algo que los franceses no habían logrado.
Garros pasó casi tres años como prisionero, hasta que escapó luego de varios intentos fallidos. A pesar del trauma del encierro, inmediatamente se puso a las órdenes de los generales franceses y volvió a subir al avión para combatir.
Su final llegó poco después, el 5 de octubre de 1918, cuando el alemán Hermann Habich lo derribó en las cercanías de Vouziers, norte de Francia.
Numerosos homenajes se han realizado en Francia a lo largo de la historia para honrar a uno de sus héroes muerto en combate durante la Gran Guerra… pero el más importante se dio en un complejo de tenis ubicado en París, sitio al que Garros acudía constantemente durante su época de estudiante (el deporte blanco era su otra gran pasión): la cancha central de este conjunto, donde hoy se celebra el Abierto de Francia, fue bautizada “Stade Roland Garros”. Y también es ese motivo por el que el torneo que ha visto triunfar a figuras de la categoría de Stefi Graff, Rafael Nadal y Roger Federer, lleva como nombre Les internationaux de France de Roland-Garros.